Lieja, 13 de diciembre de 2014. El Brujas visita al Standard en la decimonovena jornada de la liga regular. Mathew Ryan no se imaginaba lo que estaba a punto de sucederle. A los 74 minutos de partido, su manera de ver el fútbol cambiaría para siempre. Con marcador de 1-2 para el Brujas, el local Bia manda un obús directo a la escuadra izquierda de la portería del guardameta australiano. Ryan despeja el balón con una estirada prodigiosa pero el rebote cae a los pies de De Camargo, completamente solo ante la línea de gol. La afición prácticamente lo celebraba cuando Ryan resolvió de manera instintiva poner su cara en medio de la trayectoria de un gol cantado. Aquella acción supuso un episodio de ruptura manifiesta para el nuevo portero del Valencia, al que la obsesión por analizar y anticiparse a los movimientos de sus rivales lo llevó a confundir el juego con un proceso mecanizado. "Ahora responde a lo que ocurre, no a lo que él piensa que va a ocurrir. Se ha atrevido a dejar de lado su obsesión por el control", detalla Jan Van Steenberghe, su entrenador de porteros en el Brujas.

Aquella parada le hizo entender a Ryan que el fútbol no se resuelve en valores puros como las matemáticas. Hay un factor impredecible que juega y es capaz de decantar cualquier balanza. "No es casualidad que Mathew entonces apretara los puños y echara a llorar. Lo celebró como si hubiera marcado gol. Y es que mentalmente aquello significó un rescate importante. Se arrojó adelante de la pelota sin analizar antes la técnica del contrario", prosigue Van Steenberghe en una entrevista en Sports Voetbal Magazine. Ryan perdió la vista de un ojo unos instantes pero ni aún así podía contener su emoción: "se dio cuenta que el fútbol para los porteros no se acaba en hacer una estirada perfecta. Hay que creer en uno mismo y en la pelota". La misma jugada volvió a repetirse en un partido de play-off contra el Charleroi y al futbolista le vino a la cabeza la desesperación que había vivido solo unos meses antes, en el transcurso del Mundial de Brasil. "Maldita sea, cómo puede ser", repetía sobre el césped del Beira Río de Porto Alegre después de encajar un 3-0 ante la selección holandesa.

"Tenía a todos los rivales y jugadores analizados al detalle. ´Si pone su cuerpo así, tengo que mantenerme de pie, esperar y tirarme hacia el lado derecho´... Pero cuando Robben fusiló a la izquierda en lugar de a la derecha, tal como él había esperado, ya no tenía ninguna posibilidad de pararlo", describe el hombre que ha sido su sombra en Bélgica. "Cuando acabó el Mundial le ordené que dejara de hacer esos análisis previos. Él tiene las cualidades, solo tiene que centrarse en sí mismo y en reaccionar ante lo que está sucediendo, no ante lo que va a suceder. No se necesista tener siempre todo bajo control". Cambió sus rutinas de entrenamiento y comenzó a tirarle el balón "demasiado alto, demasiado bajo, demasiado lejos, demasiado cerca" para ampliar registros: "lo saqué de su zona de confort y aprendió a no ser un fanático del control. Dos semanas después de lo del Standard jugó un partido sublime en Turín".

Gran capacidad atlética

Van Steenberghe destaca entre las virtudes de Mat Ryan sus reflejos: "Son fenomenales, en el tenis de mesa era el mejor del Brujas. Siempre gana a sus compañeros. Eso tiene que ver con el cerebro, que envía información al instante a sus brazos y piernas. Ese es uno de los secretos de atletas como Usain Bolt". Matt tiene buena coordinación mano-ojo y el control del cuerpo muy desarrollado, ya que como producto de la cultura deportiva de Australia, ha sido entrenado desde temprana edad. Practica deportes como cricket, golf, tenis o fútbol australiano. Ha recibido una educación multifacética que marca la diferencia en sus músculos. "Antes de acostarse repite durante cinco minutos ejercicios de estabilización del tronco, agilidad y fuerza. Trabaja para mantener su gran capacidad de respuesta, concede importancia a rutinas de recuperación „baños de hielo, masajes, sauna„ y cumple estrictamente una dieta. Es todo un modelo profesional.