«Este es el camino, a veces sale y otras no». La inverosímil reflexión de Nuno Espírito Santo, acuñada después de una de las derrotas más dramáticas de su trayectoria en el Valencia CF -por el fondo y la forma de los acontecimientos-, deja al descubierto el principio de un grupo de futbolistas confundido en su plan de juego y con enormes lagunas en su personalidad competitiva. ¿Tocó fondo? Probablemente, no.

Por momentos, el equipo transmitió las mismas sensaciones de Cornellà-El Prat. Sin embargo, la plantilla ofrece margen suficiente para retomar el buen camino o -en el peor de los casos- sobrevivir en la mediocridad a través de una situación de calma tensa permanente, hasta que los malos resultados se precipiten. Después del derbi ante el Levante, habrá que pasar por Gante y a continuación visitar al frenético Celta de Berizzo. El peligro de esta temporada es estancarse, no progresar e involucionar lentamente. Llegados a este punto, se trata de analizar si efectivamente Nuno tiene la autoridad -sinónimo de fuerza, crédito y diligencia- para producir una reacción auténtica o se va a mantener a base de placebos. ¿Las palabras? Sólo valen los hechos. Nuno ha perdido su capacidad para comunicar, convencer y conectar con el corazón de un amplio sector de la gente y de los fieles de Mestalla. La cuestión es si esa peligrosa sensación recorre el cuerpo de la plantilla. En muchos sentidos, la radiografía del Calderón es terminante.

El equipo ha cedido parte de su capacidad para emocionar, porque ha perdido contenido a nivel social y deportivo. La mezcla del propietario singapurense, Amadeo Salvo y Rufete resultaba realmente potente. Marca y valores. Negocio y fútbol. Al prescindir de las figuras que daban forma a una parte fundamental del proyecto, ya sólo queda el capital. Ahora, sin victorias y sin un juego capaz de hacer disfrutar al aficionado, todo resulta hueco, vacío. El peso de las derrotas es doble. La única vía son los triunfos. Así lo han querido Nuno y Peter Lim, por extensión. En el Calderón no hubo un portavoz institucional para ofrecer una explicación a los valencianistas. El momento es una metáfora. La temporada pasada también hubo golpes duros, pero la respuesta en los ciclos de crisis fue la estabilidad... Ahora ya no existe el apoyo de un hombre de fútbol para hablar de fútbol. Y se echa de menos una figura fuerte con anclajes en el sentimiento del club.

Identidad, ambición, exigencia

«El dinero acorta el camino al éxito, pero para dar el salto hace falta algo más», reflexionaba Jorge Valdano tras el PSG-Real Madrid en el periódico mexicano Récord. Para construir un equipo por encima de los nombres propios es necesario un estilo, una identidad, un compromiso. Eso es lo que esta en juego. El Valencia no es un club de diseño, tiene hambre y alma. Ante el Atlético quedó la sensación de que hay una pata que cojea en todo esto.

Las pocas señales de buen juego rehabilitadas en los últimos triunfos, fueron desgarradas en el Calderón por el planteamiento de Nuno y la tibia actuación de algunos jugadores. El mensaje fue incoherente: el objetivo de juntar a André, Danilo, Enzo y Parejo era controlar el partido a partir del balón cuando este equipo siempre termina atorado por su pobres mecanismos de posesión en campo contrario y exhibe su versión más competitiva corriendo, presionando y atacando al galope. La temporada pasada, en el mismo escenario y ante el mismo equipo, el planteamiento fue resistir desde la defensa y aprovechar las bandas.

Todo fue más natural para un bloque cuyo fuerte no es proponer fútbol de ataque sino ganar ante todo buscando la eficacia. Transiciones sencillas, balón parado y portería a cero. En el Calderón, la pelota fue un suicidio ante un Atlético especialista en castigar a rivales de personalidad frágil con balón y un juego posicional timorato. El mejor Valencia de la temporada pasada no tenía un gran entramado de apoyos y asociaciones, pero su idea de juego era fuerte. Málaga y Gante ofrecían señales en la dirección adecuada, pero hubo bandazo. El Atlético disfrutó mordiendo y matando.

Esquema sin sociedades

Nuno enterró una de las premisas principales del buen juego: optimizar al máximo las condiciones de sus jugadores, aprovechando los puntos débiles del rival y minimizando sus puntos fuertes. Al contrario, el entrenador portugués capó el arma de juego principal del Valencia prescindiendo de los extremos y convirtió a sus jugadores en presa fácil para los depredadores atléticos. El sistema tomó forma de embudo; todo terminó muriendo en la acción del eje Koke-Gabi-Tiago-Carrasco, insuperable con la ayuda de Juanfran y Filipe. Lo peor es la sensación de que la baja de Feghouli cambió el guión de Nuno, mediatizándolo hasta tal punto que distorsionó las virtudes y los defectos de su equipo. Pudo abrir el campo con Mina, Bakkali o Piatti, pero colocó cerca de la cal a André y Parejo y su hombre de equilibrio -para cerrar el camino a Griezmann, Carrasco o Correa- se quedó en el banquillo (Javi Fuego). La idea de cargar a los laterales con todo el carril terminó por destrozarlos con situaciones de uno contra dos o uno contra tres en la presión y con el mismo número de jugadores para llegar al ataque. El cambio de sistema borró los triángulos (Gayà-André-Mina/ Piatti o el Javi Fuego-Aderllan-Mustafi)(Gayà-André-Mina/ Piatti o el Javi Fuego-Aderllan-Mustafi) que estaban empezando a dibujarse. Sin red de socios no hubo sociedades. El resultado: un serial de pérdidas, dos goles encajados, una llegada al área de Oblak, cero disparos a puerta y un gol anotado tras una falta de Godín a Mustafi en el área.

El nivel de confianza, clave

Entre cambios de sistema e ideas tácticas distintas, el Valencia tiene fracturas de diversa gravedad por reponer. Peor todavía, tiene al límite su estado de ánimo. La confianza es vida para los equipos, por eso el Valencia se comporta de manera tan frágil ante situaciones de alta tensión o no se repone tras recibir un golpe. Los excesos emocionales de Nuno han mermado el grupo. La toma de decisiones y la gestión de situaciones personales -Álvaro Negredo, Rúben Vezo o Rodrigo de Paul- han mermado la línea de líderes y liderazgos incipientes dentro del vestuario. En Cornellà-El Prat afrontó una final con un equipo escaso de referentes. En el Calderón pegó un pizarrazo.

Hoy, el Valencia es un producto irreconocible, también su entrenador, cuyo discurso nada tiene que ver con la potencia de hace 18 meses. Todo son enemigos y fantasmas por perseguir. ¿Dónde está el animal de vestuario capaz de defender una idea por encima de todo?