El juicio del fútbol fue certero: el triunfo en Balaídos se queda en fogonazo. Por lo visto en Mestalla, Nuno se precipitó el viernes en rueda de prensa. No hubo ningún espíritu. Nada de punto de inflexión. Por encima del resultado, el juego ofrecido ante la UD Las Palmas devuelve al equipo a las sensaciones (preocupantes) posteriores a la derrota en Gante. No hubo ni intensidad ni presión intensiva. Cero agresividad. Poca organización. Así, el Valencia compareció como un equipo mediocre, con un plan de juego limitado a los fogonazos individuales de André Gomes o apariciones puntuales, como la de Alcácer. El gol fue una anécdota. A partir de ahí el equipo se acomodó y nunca entró en un partido que los amarillos dominaron con autoridad durante más de ochenta minutos. Así, Pedro Bigas fue más que Abdennour y la medular formada por Vicente Gómez, Roque Mesa y Tana bailó al triángulo Parejo-André-Fuego. La sensación se reprodujo en cada duelo individual. Jonathan Viera dejó constancia de su talento y Sergio Araujo maltrató el sistema defensivo de los locales golpeando con fluidez entre líneas.

Quique Setién le dio un repaso a Nuno. El entrenador cántabro desnudó todas las limitaciones de la pizarra del Valencia. No sólo por su plan sino por la comparación futbolística. La Unión conquistó un punto en Mestalla y pudo ganar de no haber sido por las intervenciones milagrosas de Jaume DomènechJaume Domènech. Las Palmas compitió interpretando una partitura realmente elegante y valiente. Existe una poderosa corriente de opinión que asocia resultados „con enorme margen de éxito„ a la practicidad, la eficacia en las áreas, la fortaleza defensiva o la verticalidad.

Entrenadores como Setién trabajan para demostrar que los equipos modestos también pueden cumplir objetivos y sorprender haciendo rodar el balón con gracia y finura. Los canarios quisieron jugar siempre, se emplearon con intensidad, se asociaron con sencillez, recuperaron, tocaron, triangularon y se desplegaron con la intención, que se echó de menos en los locales. La UD Las Palmas lo hizo casi todo bien. Le faltó, cargar un poco más de pólvora. El baile fue extraordinario y mereció más premio. Ayer se enfrentó un equipo que busca la Champions contra otro que pelea por salvar la categoría, pero como ya sucedió ante el Levante (también por momentos en Vigo, pese a la goleada), el juego aleja a Nuno del objetivo.

El Valencia corre el riesgo de convertirse en un equipo imprevisible y desconcertante. Un paso al frente, otro atrás. Urge algún argumento de peso más allá de la intensidad. La reacción no era para tanto, efectivamente. Con todo a favor y con el partido como más le gusta al Valencia, el equipo digirió mal la ventaja, echó el freno, bajó de revoluciones y se dejó dominar pasando por alto los recursos del rival. El paso atrás fue definitivo (en todos los sentidos) y tras el empate amarillo no hubo reacción. No supo encajar el gancho. De hecho, probó la lona y golpe a golpe quedó KO. Al final, más de lo mismo: desorden e indefinición. En San Petesburgo está en juego la Champions.