Cuando escribo esto me duele la cabeza del grito que he dado con el gol de Santi Mina y la obra de arte de Paco Alcácer. Hoy quiero reir, volar, llorar, cantar, disfrutar y soñar. Hoy el mundo entero me da igual porque a cada idea que me pasa por la cabeza, a cada recuerdo, siento una especie de escalofrío que no es más que puro sentimiento, algo que no acierto a explicar porque como en la canción, las palabras se quedan cortas para escribir todo lo que siento. Lo de anoche en Mestalla no es más que una patada en los morros a todos aquellos que ningunean a la afición del Valencia cuando dicen que es exigente, que no anima y no sé cuántas estupideces más. Si le das, Mestalla te da. Si no le das, Mestalla te busca. Y si el Valencia es grande en el fútbol español y europeo, es porque su afición exige y da. Lo escribí el otro día y me apetece escribirlo hoy otra vez: con la que ha caído esta temporada, con el club vendido porque no había otra manera de salvarlo de la desaparición, con un propietario que se la juega a cada entrenador que ficha, y teniendo en cuenta que el rival era el Barça que venía de ningunear al Real Meseta, a la Roma y a cuantos rivales se le ponían por delante, ir al estadio con la esperanza de que se podía conseguir algo positivo es el acto de valencianismo más puro que recuerdo en mucho tiempo. Lo del proceso de venta era otra cosa, era rabia y ganas de que las cosas cambiaran de una puñetera vez con la esperanza de un futuro mejor, lo de ayer era cariño sincero al Valencia sin esperar nada a cambio. Me pongo en la piel del valencianista camino de Mestalla y me gusta pensar que se decía a sí mismo lo que hace mucho tiempo me dijo una valencianista que se llama Sara poco antes de salir hacia el estadio el día que había que remontar un 3-0 ante el Basilea: «Me voy a Mestalla a animar al Valencia Carlos, no lo dejaré solo. Si nosotros lo abandonamos, ¿qué será de él?». Y eso hizo la gente anoche, fue un acto de valencianismo puro sin más, es como lo de «cuando jugues siempre estaré a tu lado», o como una madre recoge a su niño tras caer al suelo. Tan simple y tan puro. Y me voy a la cama pensando que será un domingo bonito y luminoso convencido de que este empate que sabe a la mejor de las victorias por lo que cierra y por lo que abre, se ha gestado en esa bendita locura de te quiero porque sí, porque sí, porque sí y porque en esta vida no quiero pasar otro día entero sin ti, y que se llama valencianismo.

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