Carlos Soler es una de las grandes esperanzas de futuro para el Valencia. El club amplió su contrato el pasado viernes por dos temporadas con otros dos opcionales y una cláusula de rescisión prohibitiva de 8 millones si el jugador tiene ficha del Mestalla y 30 en el momento en que Carlos sea jugador del primer equipo. Un merecido premio a doce años en la escuela. Toda una vida. Desde que tenía siete años defiende el escudo del Valencia. SUPER bajó al ´barro´ de los campos de tierra del Bonrepós para descubrir los inicios del ´chino´, su apodo en Paterna por la forma de sus ojos.

Rodri, Director Deportivo del Bonrepós, fue quien lo descubrió. «Carlos iba a ver a su hermano mayor Álex, tenía cinco años y se ponía a jugar en una portería con sus abuelos Rafael y Amalia a los que obligaba a ponerse de porteros. Le vi la forma en la que golpeaba al balón y supe que ahí había jugador. No era normal como metía la bota abajo y levantaba el balón con tanta fuerza. Le dije al padre que lo quería fichar, pero me dijo que no, que aún era muy pequeño. Era su abuelo el que más insistió. Le dijo a Carlos que si se apuntaba le regalaba una Game-boy de entonces. Al final lo convenció y metimos a Carlos en el querubín con cinco años. Al año siguiente lo metí en el Benjamín con niños de dos años más y fue entonces cuando llegó el Valencia». Alfredo Pérez, entonces responsable de la Academia, fue quien le echó el ojo. Todavía no lo ha olvidado. «Fuimos a jugar a Bonrepós y nos ganaron el partido 3-2. Los tres goles los metió el ´7´. Era Carlos. Aquel día preguntamos por él al delegado. Nos pasó sus datos y nos dijo que era del 97. ¡Dos años menos que el resto! Pensamos que estaba mal y volvimos a preguntarlo, pero tenía razón. Desde ese día no paramos de llamar a su casa para ficharlo. No hubo ni que hacerle las pruebas. Lo teníamos claro».

Tan claro que entró directo al Prebenjamín A del Valencia que dirigía Raúl Martínez, ahora responsable de Metsoccer y la escuela San José. «Era un chico diferente. Yo siempre decía que con él y un portero no hubiera quedado último en la Liga. En aquel equipo estaba Chirivella, Villalba y Nacho Ruiz -ahora en el Espanyol-, pero él era el que destacaba. Era un salvaje del gol. Entonces jugaba de delantero. En los dos primeros meses le tuvimos que enseñar a que no se las jugara todas, porque lo hacía y las metía. ¡Hay que pasarla, Carlos!, le decía. Aquella temporada, con 7 años, me dijo faltando seis jornadas: ´Llevo noventa y pico goles y quiero llegar a los cien, no quiero que me des descanso. Yo le dije que cuando llegara a los cien lo sentaba, que antes no. Y así fue. Llegó a los cien, lo celebró y vino al banquillo a decirme: ¡Cámbiame ya, míster!. Una vez regateó dos veces al portero y le dije que eso no debía hacerlo. A la siguiente en lugar de dribarlo le tiró una vaselina y me vino con cara de no haber roto un plato para preguntarme si así mejor. Tenía cosas de jugador diferente y su proyección nos ha dado la razón».

Su exhibición en Brunete con el Alevín aún se recuerda. «Era el más pequeño, nos lo llevamos por el golpeo de falta que tenía. En la final lo sacamos y en el primer balón la enchufó. Metió dos goles al Barça en la final y dio una asistencia», dice Alfredo. Un año después fue proclamado mejor jugador del Torneo de Arona con el Infantil B. En el Juvenil B empezó a jugar de ´10´ y ´8´ con Rubén Mora, pero fue Baraja el que le recicló de ´6´ en el Juvenil A. Posición en la que se ha hecho fuerte en Mestalla de Curro y la Sub´19 española. No tiene techo.