Contábamos hace dos semanas que nuestro viaje a Haití tuvo como finalidad inaugurar el campo de fútbol sala que la Penya Valencianista per la Solidaritat había construido en el ´Nuevo Hogar St. Louis´ y al que dimos el merecido nombre de Antonio Puchades. Allí visitamos otras obras realizadas por el Padre Rick como hogares para huérfanos menores de seis años, hospitales pediátricos para niños enfermos de VIH/Sida, tuberculosis, cáncer, centros de rehabilitación y tratamiento para niños discapacitados y de rehabilitación de adultos, centros de formación y empleo para jóvenes sin recursos que aprenden un oficio, o un programa de construcción de casas para las comunidades de barrios marginales.

En todas estas visitas fuimos escoltados por agentes de seguridad armados y nos alojamos en unas sencillas casitas construidas por el Padre Rick para los voluntarios, dentro de un recinto vallado y fuertemente vigilado de día y de noche y del que no podíamos salir sin la compañía de los ´seguratas´. Tal es el grado de inseguridad y peligrosidad de Puerto Príncipe y en general del país, que los Cascos Azules de la ONU se pasean tranquilamente sin conocer ni siquiera al Padre Rick, que lleva más de treinta años en Haití, ni en qué consiste su misión.

Nuestros sentimientos a la vuelta del viaje, tras analizar y ordenar impresiones, emociones y vivencias, eran contradictorios. Por un lado, teníamos un sentimiento grande de tristeza porque se confirmaba de nuevo la creencia de que los organismos internacionales no hacen todo lo que debieran; que los millones de euros aportados por la generosidad de la gente ante la desgracia del terremoto no se veían aplicados en la reconstrucción del país ni de sus instituciones ni en la mejora de la calidad de vida de sus ciudadanos, y que la esperanza de que esto mejorara en breve plazo de tiempo era ilusoria.

Todavía hoy 3,6 millones de haitianos, que son un tercio de la población total del país, viven en situación de inseguridad alimentaria o, lo que es lo mismo, no pueden acceder a alimentos suficientes para cubrir sus necesidades. Junto a estos, un millón y medio de ellos directamente pasan hambre y están al borde de la desnutrición; es el doble de la cifra que se registraba hace solo seis meses. Todo esto ocurre en un país que aún no ha conseguido superar las secuelas del terremoto de 2010, pues se calcula que 59.000 personas siguen viviendo en campos de desplazados y tampoco se ha logrado ganar la batalla a un cólera al que se enfrentan de nuevo como consecuencia del reciente huracán Mathew.

Pero, al mismo tiempo, teníamos y seguimos teniendo sentimientos de esperanza y de alegría, ya que hemos comprobado el fruto de los esfuerzos realizados por personas reales, muchos jóvenes voluntarios, muchos médicos y enfermeras, muchos maestros, muchos religiosos, que dedican su vida a erradicar la pobreza y la violencia intentando devolver la dignidad a los más desfavorecidos y cubriendo sus necesidades básicas al poner a su alcance los medios para su educación y para su atención sanitaria.

También estábamos muy contentos por haber comprobado que la modesta aportación de nuestra Penya Valencianista per la Solidaritat, con la construcción del campo de fútbol y la donación de los equipajes para los niños, había contribuido a su felicidad -no había más que ver sus alegres caritas- y les había permitido desarrollar con plenitud uno de los derechos fundamentales establecidos en la Declaración de los Derechos del Niño aprobada el 20 de noviembre de 1959 por Naciones Unidas, y desarrollada en la Convención sobre los Derechos del Niño de 20 de noviembre de 1989, en cuyo artículo 31 queda establecido que «el niño tiene derecho al esparcimiento, al juego y a participar en las actividades artísticas y culturales».

La falta de acción, la indiferencia y la lentitud y pasividad de quienes más obligados están a actuar no nos tiene que desanimar en nuestro intento de construir con nuestras pequeñas aportaciones un mundo más digno y más justo para todos. En ello estamos empeñados tofdos los que pertenecemos a la Penya Valencianista per la Solidaritat. Por eso mantenemos vivo el apoyo a la iniciativa de la Fundación por la Justicia para tratar de reducir en lo posible el problema del cólera que se extiende y las deficientes condiciones sanitarias de la mayor parte de la población, muy particularmente de los niños desnutridos y más vulnerables, consecuencia directa del paso devorador del huracán Mathew.

¿Qué puedes hacer para ayudar?

Cada tratamiento contra el cólera tiene un coste de 5,22 euros por persona y el de medicina general para servicios esenciales de solo un euro y veinte céntimos por persona. La decisión que te pedimos es que valores a cuántos puedes y quieres ayudar a curar el cólera o a ser atendidos de emergencia. Solo tienes que multiplicar los que quieras por 5,22 o por 1,2 euros y transferirlo. Muchas gracias por tu ayuda en su nombre y en el nuestro. Amunt!

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