La primera temporada de Álvaro Medrán en el Valencia no fue todo lo positiva que él hubiera esperado. Al contrario. Lo que se presentaba como un paso clave en su carrera como profesional acabó convirtiéndose en un año capaz de descarrilar a cualquiera en el que el futbolista cordobés registró una participación más baja incluso que el anterior, cuando estuvo cedido en el Getafe, permaneciendo cuatro meses lesionado por una fractura de peroné que le obligó a pasar por quirófano. Una experiencia de desgaste en la que muchos días no encontró respuestas lógicas a su situación. Tampoco sus compañeros de vestuario. El centrocampista ha oscilado entre extremos. Nada más llegar devoró cualquier margen para su adaptación gracias a la confianza de Pako Ayestaran y García Pitarch y rayó a un gran nivel en una pretemporada en la que anotó tres goles. Un comienzo difícilmente mejorable que lo convertía en una de las sensaciones del Valencia. De ser la primera alternativa en la rotación pasaría a ser el sexto centrocampista por detrás de Soler y Orellana y en el segundo tramo de la temporada llegó a estar dos meses seguidos sin disputar un minuto, una realidad difícil de encajar.

Su actitud y su trabajo según los testigos del día a día, fueron incuestionables. La apuesta de la secretaría técnica no encontró continuidad durante determinados tramos de la temporada. Al futbolista, y más si es joven, hay que conocerlo e interpretarlo para brindarle un contexto que le permita desencadenar su potencial y en la etapa de Voro en el banquillo todos los elementos pasaron a estar en su contra. «Yo siempre entreno bien e intento aportar el máximo, no entendía mucho mi situación, quería jugar. Me encanta estar en este club y lo que quiero es jugar aquí. El míster tendrá sus motivos con su cuerpo técnico... Pero bueno ha sido difícil, yo he entrenado al máximo siempre, intentando aportar. Ellos lo sabían pero no llegaban las oportunidades», denunciaba tras el partido contra el Granada. Lejos de desenchufarse ante este panorama, el jugador aguantó al tirón. Mantuvo limpia la cabeza, siguió trabajando y decidió potenciar su físico con un grupo de especialistas, una rutina que no ha abandonado ni siquiera en sus vacaciones y que hoy dan como resultado un salto físico con respecto a los últimos meses. Medrán ha salido endurecido de la adversidad, reforzado a base de «personalidad», una de sus virtudes más destacadas, por encima de sus cualidades técnicas, tal y como aseveran aquellos que mejor lo conocen.

Medrán nunca dejó de creer pero hoy respira alividado. Su situación ha cambiado a mejor con la llegada de Marcelino: otro contexto, cariño y confianza. Se siente fuerte y quiere convencer al asturiano. Entre jugador y técnico hay sintonía. Ha cogido el dorsal ‘8’ que llevaba Rubén Baraja, al que toma como referente en Mestalla, y afronta con optimismo el nuevo escenario táctico del 4-4-2. Su posición ideal es como armador de juego, donde todo apunta que jugará Parejo y él será el primer futbolista en la rotación por delante de Maksimovic. Pero sus registros le permiten actuar en otras posiciones. Habitualmente en los entrenamientos prueba como ‘6’, una posición para la que el Valencia va a fichar y donde sabe que necesita ser más fuerte físicamente. Está en ello, es un proyecto en marcha. Intenta evolucionar hacia a un centrocampista más completo todavía. Otra demarcación en la que puede actuar a las órdenes de Marcelino es como interior en cualquiera de las dos bandas, por donde cae ahora Soler. En el Real Madrid Castilla jugó en todas las posiciones de la medular porque tiene recorrido, pase largo, juego en corto, disparo de media distancia, piensa rápido, ejecuta con inteligencia, maneja las dos piernas, tiene visión de juego y tiene gol. Vuelve a sentirse fuerte.