Gorostiza. El último de los cinco nombres de la delantera eléctrica que niños y mayores de la época -primeros años 40- recitaban de memoria. Estrella del Athletic Club, mito del Valencia CF de posguerra, capitán de la selección, valioso cromo entre aficionados y coleccionistas y hasta actor de cine en 1943 en la película ´Campeones´ con Zamora y Quincoces. El éxito luminoso del futbolista, sin embargo, contrasta con las sombras de una vida de desenfreno y soledad que concluyó hace medio siglo en un asilo de Bilbao. La ´Bala Roja´ murió a los 57 años por una afección pulmonar. Un relato con similitudes a los posteriores del brasileño Garrincha, el norirlandés George Best y tantos otros deportistas incapaces de encontrar el punto de equilibrio.

El domingo en el estadio del Espanyol el equipo de Marcelino pondrá en jaque el récord de siete victorias consecutivas de la historia del Valencia CF, consechado entre los cursos 1946/47 y 47/48. Un año antes, en la final de Copa de 1946, Guillermo Gorostiza marcó el gol del honor ante el Real Madrid (3-1) en su último duelo oficial como valencianista. Aquel verano el vizcaíno cumplió 37 años y dejó el Valencia tras seis excelentes temporadas: 97 goles en 146 partidos, dos Ligas (42 y 44) y una Copa (1941). Ya sin el clásico ´11, desequilibrante, hábil y con dos cañones en las piernas, comenzaría a escribirse sobre la leyenda de la delantera eléctrica: Epi, Amadeo, Mundo, Asensi y... Gorostiza. Luis Casanova, presidente del club, organizó un homenaje en Mestalla con tal de despedirlo con honores y le regaló una valiosa pitillera. El delantero acabó su carrera por necesidad económica más allá de los 40, tras jugar en Barakaldo, Logroñés y un modesto club asturiano, Juvencia de Trubia.

Meses antes del fallecimiento de Gorostiza, el reconocido director Manuel Summers estrenó en 1966 una película documental titulada ´Juguetes rotos´. En diferentes capítulos la cinta rescató las historias de tres toreros (Villalta, Pacorro y Eduardo López), cinco boxeadores (Martínez, Uzkudun, Vallespín, Librero y Alís), la actriz Marina Torres y un futbolista, Gorostiza, de los que casi nadie ya se acordaba. En apenas 20 años el hombre que tiempo atrás salía «hasta en las chapas de las gaseosas» había pasado a vivir en el anonimato. Sin trabajo, sin «nada». Lejos de su mujer y sus dos hijos. Entre las cuatro paredes de un sanatorio para personas enfermas, solas y sin recursos.

Las juergas, el alcohol y la Guerra Civil, que siempre llevó «clavada», acabaron haciendo mella en el ídolo futbolístico. Nunca sobre el campo por su fortaleza física, las facturas llegaron más tarde. Las malas lenguas contaban que en varias ocasiones deslumbró al público en estado de embriaguez. Le gustaba beber, vino o coñac, pero en los partidos era imparable como lo fueron en los años 50 y 60 Garrincha -el extremo derecha de las piernas torcidas- o el ´quinto beatle´ en los 70´, Best.

En 1940, en su primera campaña en el Valencia, el equipo había ganado en Sevilla y Gorostiza decidió irse de fiesta. Al día siguiente nadie lo encontraba y el grupo tuvo que viajar sin él a Vigo, donde esperaba el próximo partido. Por delante, horas y horas de autobús por carreteras sinuosas, la nueva estrella estaba ilocalizable y no había otra alternativa. Pasó el tiempo y el club seguía sin noticias del extremo izquierdo hasta que entró un empleado del Celta al vestuario mientras los titulares se anudaban las botas. «Oigan, fuera hay un mendigo que dice que es Gorostiza, la verdad es que se le parece€ ¿le hago pasar?». Gracias a unos y otros se había plantado en Galicia. Fue perdonado. Tras una ducha fría, jugó, marcó y el Valencia ganó.

Guillermo, hijo de un médico vizcaíno, nació en 1909 en Santurtzi. Despistado, alegre y travieso, el pequeño Gorostiza nunca se interesó por los libros, solo por el balón. Años más tarde, el padre lo envió con un tío a Buenos Aires. El pariente en Sudamérica, no obstante, pronto le invitaría a regresar a casa tras comprobar su carácter rebelde. En Argentina añadió el tango y los tragos nocturnos a los ratos jugando al fútbol. El regreso en barco debió costeárselo él, pincel en mano, pitando la cubierta. De vuelta, el destino de Gorostiza fue la Marina en Ferrol. Fichó por el equipo local y destacó hasta el punto de hacerle un gol a Zamora en un amistoso ante el Espanyol. El Athletic decidió pagar 20.000 pesetas por él. Una parte entró en las arcas del Arenas Getxo, club al que dejó a medias en su juventud antes de cruzar a América.

La velocidad de su juego y los colores rojiblancos de la camiseta le valieron el apodo de la ´Bala Roja´. Si bien, Gorostiza no tenía de izquierdas más que su posición de ataque en el once. Fue todo un precursor, un elemento extraño por entonces, al desbordar tantas veces en diagonal con la pierna derecha por el clásico carril del ´11´. La Guerra Civil le cogió en Bilbao, zona republicana. En 1937 formó con la selección de Euskadi que jugó en Europa recaudando fondos para los refugiados vascos, pero no dudó en desertar cuando la capital de Vizcaya cayó bajo el yugo franquista. Sin decir nada, regresó a la zona nacional para combatir con la aviación de un requeté carlista en Teruel.

Guillermo Gorostiza se convirtió también en un instrumento propagandístico hasta el final de la guerra. Más de dos décadas después, en cambio, nadie sabía de él. El 24 de agosto de 1966 amaneció muerto en su cama del asilo con una sola pertenencia debajo de la almohada, hallada por una monja. Un pitillera de oro en la que se leía: «Al mejor extremo izquierdo del mundo de todos los tiempos. De Luis Casanova».Frases de Gorostiza y Manuel Summers en 'Juguetes Rotos'

[GOROSTIZA]

«No tuve ayuda para vivir. Ni me contestaron. En esta vida hay que estar en la pura salsa y pasando la mano por el lomo en Madrid. Ya la pasé en la guerra, yo fui voluntario, como mis hermanos...»

[SUMMERS]

«No es posible... Tú no puedes estar así. Sí, eres tú, Gorostiza, el mejor»

Mito de Athletic y Valencia

En el Athletic también formó una delantera mítica con Lafuente, Iraragorri, Unamuno y Chirri. La aparición de Puri Gaínza favoreció su traspaso al Valencia después de la guerra. Eso sí, a los valencianistas les costó sacarlo de Bilbao donde aún soñaba con rehabilitar su ferretería.