Toda la expedición del Valencia CF, todos y cada uno de los que viajaron a Vitoria para disputar el partido de vuelta de los cuartos de final de la Copa ante el Alavés, cruzaban los dedos durante la prórroga para evitar por cualquier medio la tanda de penaltis. Todos menos uno, Jaume Domènech. Al Gat d’Almenara le va la marcha. No se asusta en escenarios de máxima presión. Más bien al contrario. «A veces piensan que puedo estar nervioso porque soy una persona nerviosa pero en el campo me olvido de todo y los penaltis es una cosa que disfruto», expresaba antes de abandonar Mendizorrotza. Jau marchaba satisfecho, con una sonrisa difícil de disimular. El destino le tenía al valecianista reservada una noche que recordará durante toda su vida.

Detuvo los lanzamientos desde los once metros a Hernán Pérez, Pedraza y logró intimidar a Sobrino, que mandó el suyo a las nubes y permitió que el Valencia pasara a la semifinal sin necesidad de que Parejo lanzara el último. Desde su irrupción en el primer equipo a las órdenes de Nuno, Jaume ha vivido algunos grandes momentos, paradas que han levantado estadios enteros y que han significado victorias. Nunca, sin embargo, una comparecencia suya había sido tan determinante como la de ayer. En el momento en el que el árbitro pitó el final de la prórroga, donde a otros le tiemblan las piernas, en él solo había determinación. «Me he acordado de mi abuelo, siempre me ha estado apoyando y no ha podido verme en la élite. En ese momento he pensado ‘vamos a pasar y se lo voy a dedicar a él’».

Dicho y hecho. Tres años después de su fallecimiento, su intenso recuerdo -también se llamaba Jaume Domènech- acompaña al Gat en el día a día. Estaban muy unidos. Cuando falleció, Jaume estaba en Sudamérica. Era su primera gira con el primer equipo. La noticia le dejó de piedra. En lugar de desmoronarse, se vino arriba y jugó el partido ante el Alianza de Lima. Era su gran oportunidad y su abuelo hubiera querido que saltara al césped. Aquel día también se enfrentó a los penaltis. Marcó uno y detuvo cuatro, si bien el árbitro mandó repetir incomprensiblemente dos de los lanzamientos. Señaló al cielo y se lo dedicó. «Hay personas que me marcan, sobre todo las que han estado a mi lado cuando las cosas estaban difíciles. Mi abuelo estuvo ahí en los momentos difíciles y se lo dedico a él de todo corazón», abundaba ayer, emocionado. No podía contener su ilusión el guardameta. Y es que no es para menos.

«Estos dos últimos años han sido difíciles pero la unión entre la gente, el equipo, el club y la afición que ha estado aquí... Los hemos sentido y todo eso es fundamental para ser un equipo grande y volver a estar arriba. Vamos a seguir así todos de la mano para conseguir grandes cosas», explicaba. El héroe de la noche, que atribuye su éxito desde los once metros al «instinto y la intuición», huía de personalismos y centraba el foco en el éxito del grupo. Madera de capitán: «Estoy contento porque el equipo se ha dejado el alma, no ha sido un partido bonito digamos para nosotros pero todos se han dejado la piel y hemos podido pasar, estamos satisfechos. Estoy muy feliz porque este equipo se lo merece. Te da alas para seguir trabajando y ver que estás bien». No fue fácil. «La realidad es que hicimos una segunda parte muy buena en Mestalla y ellos se puede decir que han sido superiores en fases del partido pero así es el fútbol. Hemos corrido, hemos sufrido... Este equipo también sabe sufrir y a veces se pasa así también», argumentaba.

El juego psicológico con Munir

En la tanda, Jaume se encontraba cara a cara con un viejo conocido como Munir. Sin embargo, esa cercanía no le resultó favorable. «Al único que conocía era a Munir, he intentado jugar un poco con su cabeza pero me ha ganado la partida», indicaba entre risas. Su contribución fue explosiva y a la vuelta sus compañeros se rindieron a sus paradas. Parejo, capitán del equipo, publicó una fotografía con él y la acompañó con el siguiente texto: «¡A semis de su mano! Gran trabajo de todo el equipo, sufrimos, peleamos, competimos... ¡Y pasamos!».