El Valencia dio la vuelta a un partido que se empeñó en complicarse solo. Los de Marcelino García Toral remontaron sobre la bocina un nuevo error a la salida de un centro lateral. De nuevo imperdonable. Ahí hay un problema. El equipo ofreció síntomas preocupantes durante muchas fases del encuentro, no jugó a nada, pero nunca perdió la cara al partido. Compitió como pudo hasta el final y ganó el partido en los últimos quince minutos con un cabezazo de fe de Coquelin a la salida de un córner y una 'delicatessen' de alta cocina de Guedes que Rodrigo transformó en penalti y Parejo en gol. El Valencia ganó, pero sufrió demasiado. Es un triunfo importante, el equipo mantiene la tercera plaza, pero no es el camino más fiable para llegar a la Champions.

Da rabia porque no hizo falta ni cinco minutos para darse cuenta que el Valencia era superior. Por méritos del equipo, pero también por deméritos de un Málaga empañado en demostrar desde el principio su condición de colista. Los de Marcelino hacían más bien poco, pero eso parecía suficiente para doblegar a los de José González. Las ocasiones iban cayendo lentamente sin necesidad de forzar la máquina. Gayà conectaba con la cabeza de Santi Mina. Guedes probaba desde lejos. Hasta Murillo se atrevía con una chilena. Parecía uno de esos partidos de la primera vuelta que el Valencia maduraba hasta ganarlo. No fue así. Por culpa, una vez más, de un centro lateral. Otro desajuste defensivo. Ideye aprovechó un saque de esquina casi sin quererlo ante la pasividad de todos. Especialmente de su marca Vezo. Ni con la vuelta de Murillo es posible la portería a cero. Y ya van tres largos meses. Doce jornadas. Lo peor de todo es que el Málaga. Para preocuparse. El gol sacó al Valencia del partido. Se desconectó. Menos intensidad, menos ideas, menos profundidad, menos todo. El ataque se convirtió en plano y previsible. Tener el balón así era inutil. A Vezo se le hacía muy cuesta arriba el lateral con el gol en contra, a Parejo y Vietto, desaparecidos en combate, se les hacía un mundo asociarse por dentro, no se encontraban espacios por fuera y por si fuera poco Guedes hacía la guerra por su cuenta. Era la versión de un Valencia inofensivo que empezaba a desesperar y un Málaga, hundido desde que comenzó la temporada, que ni se lo creía.

Marcelino no movió el banquillo en el descanso. A diferencias de otros partidos no hizo cambios. Rodrigo, Zaza y Ferran, eso sí, asomaban por la banda. Visto el juego del equipo, sin ritmo ni reacción alguna, parecían el único clavo ardiendo al que agarrarse. Había que cambiar el partido como fuera. Había que despertar porque por primera vez en el partido el gol del Málaga estaba más cerca. Tan cerca que entró. Por suerte el árbitro anuló el tanto de Diego por empujones previos de Iedey y Nesyri a Gabriel y Vezo. Sonó la flauta en otro centro colgado de Recio. Solo un minuto después Adeye volvía a cabecear solo a las manos de Neto. La Rosaleda tocaba el cielo y el Valencia tocaba fondo. Ni recuperaba, ni tocaba, ni salía a correr. El auténtico drama es que recordaba al de los dos últimos años. La solución de urgencia de Marcelino fue echar mano de Rodrigo y Zaza en modo revulsivo. En el campo solo Guedes daba la sensación de crear peligro. El problema es que era frenado sistemáticamente en falta. Nada nuevo. Carlos Soler iba al suelo con la impotencia de ver que nada salía y se ganaba una amarilla casi roja. Gayà tiraba de corazón con un eslalón hasta el corazón del área. El Valencia sobrevivía a impulsos. Quería más que podía. Y fue así como llegó el empate. Coquelin se recorrió el área pequeña en busca de un cabezazo salvador a la salida de un córner botado por Parejo. Era el gol de la fe de un jugador que nunca le perdió la cara al partido. El escenario cambió. El Málaga acusó el gol. Se hizo pequeño. Todo lo contrario que el Valencia. Los de Marcelino se crecieron, dieron un paso adelante y encontraron el segundo con un pase interior de muchos quilates de Guedes a Rodrigo. El hispano-brasileño dribló a Ignasi Miquel y forzó el penalti. Parejo asumió la responsabilidad desde los once metros y dio la vuelta al partido. Aún así, hubo que sufrir hasta el final. Roberto, sí, el portero del Málaga, tuvo el cabezazo del empate en el 95'. Tocó 'patir' más de la cuenta.