Tokio es una ciudad bipolar. Como si desde un extremo fuera poseída por la ambición y desde el otro por el recogimiento. Veloz y lenta. Nerviosa y pasmada. Moderna y milenaria. Un trazado elíptico de puentes bordea la aceras con moles de cristal y los jardines ordenados de forma minuciosa: todo está calculado al milímetro, desde las raíces de los árboles hasta la colocación de las piedras del río. Es abril y llueven flores rosadas, una lluvia lenta y fina. La llaman chirisakura. Se posan en el pelo de los niños y en el cuello de los kimonos. Delicadas y voluptuosas, fueron el punto de partida...