Vestirse (o disfrazarse) con atuendos propios de países y culturas lejanas fue, durante el fin del siglo XIX, una práctica habitual entre las clases pudientes. Fue entonces cuando la extravagancia y el lujo contrajeron matrimonio. En un momento en que los estilos empezaban a propagarse a golpe de copia, la distinción había que buscarla en kimonos, kaftanes y turbantes. De ahí, por ejemplo, la fortuna de Poiret, considerado el primer diseñador en crear una marca/emporio, que en 1917 vistió a marquesas y herederas al estilo de Las mil y una noches. O la maestría estructural de los vestidos de Madeleine Vionnet, basada en la técnica tradicional para confeccionar la indumentaria japonesa...