Artistas del funcionariado o funcionarios del arte. Ya el sociólogo Pierre Bourdieu hablaba, a mediados de los sesenta, de la escisión del ego que la sociedad imponía a los creadores de moda: por un lado, son las cabezas visibles de empresas obsesionadas con la innovación y las ventas. Por otro, una parte importante de dichas ventas pasa por que el diseñador en cuestión sea considerado un genio y un individuo dotado de un talento único. Bourdieu llamaba a esta fusión imposible "la profesionalización del carisma" y ponía el ejemplo de Chanel, firma que se las vio y se las deseó hasta encontrar un sustituto tras la muerte de Coco; no porque no fueran aptos en el diseño, sino porque les faltaba la extravagancia y las dosis de personaje que la fundadora poseía. Hasta que llegó Karl Lagerfeld y el resto es historia.