Estamos en el Valle de Muerte, en la cordillera de la Sal, a pocos kilómetros del pueblo de San Pedro, en el desierto chileno de Atacama, al norte del país. Un territorio inmenso de cerros rojos donde, si uno se queda quieto, muy quieto, en alguno de sus desfiladeros o abrigado por sus paredes, escucha a las rocas cantar. Para conseguirlo hay que esquivar los enjambres de turistas que llegan hasta aquí y entre los que siempre es posible detectar a alguna despistada con tacones o algún incauto con chanclas, como si hubiesen olvidado que venían al desierto...