A veces invertimos en una joya con la idea de que nos acompañe toda la vida y terminamos por atesorarla en un cajón recóndito. A veces la pieza llega como regalo en un momento especial que, pasado un tiempo, queremos olvidar. A veces, simplemente, aparece en forma de herencia y desconocemos su valor real. Es verdad eso de que "un diamante es para siempre", pero no tiene por qué permanecer en las mismas manos. El problema llega a la hora de desprenderse de ellos...