Puede que sea por su orografía accidentada -no olvidemos que Hollywood Hills es una estribación de la extensa Sierra de Santa Mónica-, o por la voracidad fabril de una industria que descubre, encumbra, posterga y olvida estrellas cada día, pero no cabe duda de que la llamada meca del cine es un lugar de altos y bajos. De hecho, rige en la ciudad una regla no escrita: “Respeto, al menos, para todo aquel que ha sobrevivido activo durante tres décadas”.