En bastante menos de una década, la proliferación de dispositivos de captura inmediata de nuestra realidad parece haber cambiado la forma de relacionarnos con el mundo, pero también la forma de evaluarnos a nosotros mismos. La omnipresencia de una manera de comunicar totalmente enfocada al yo con una perspectiva de autocomplacencia asumida, ha terminado por generar un efecto inesperado: la revalorización del retrato, uno de los géneros clásicos de la pintura, en oposición directa a la inmediatez cruda de la fotografía.