El concepto de que la fiebre es mala debe desaparecer. Esta idea nos lleva a lo que hoy conocemos como 'fiebrefobia' o miedo excesivo e injustificado a la fiebre. Por sí misma, ésta no es mala. No genera daño cerebral, ni convulsiones, ni ceguera, ni coma y mucho menos la muerte, ideas sin base científica que una parte de la población sigue pensando. Simplemente es un signo que nos avisa de que hay algo en el organismo que no va bien, habitualmente un cuadro infeccioso.

"De hecho, cuando se eleva la temperatura corporal, los microorganismos causantes de las infecciones se reproducen con más dificultad, por lo que desde el punto de vista puramente teórico, tratar la fiebre podría ser incluso perjudicial, pues permite a los gérmenes una mayor replicación dentro de nuestro cuerpo y, por tanto, facilita la progresión de la infección", señala el doctor Roi Piñeiro, del Comité de Medicamentos de la Asociación Española de Pediatría (AEP).

Así, explica que lo que ocurre en las personas mayores es que la fiebre supone siempre un sobreesfuerzo para el organismo y, entre otros cambios, aumenta la frecuencia cardíaca y la respiratoria. "Es como si comenzáramos una maratón, pero sin mover las piernas. Si nuestro cuerpo no tiene ninguna patología de base, como suele ocurrir en los niños, toleraremos estos cambios sin ninguna dificultad. Sin embargo, si tenemos alguna insuficiencia respiratoria o cardíaca de base, como puede ocurrir según cumplimos años, nuestro cuerpo tolerará peor este sobreesfuerzo, y es cuando pueden surgir complicaciones. De ahí la mala fama de la fiebre en las personas mayores, pero la culpa no es de la fiebre, sino de nuestra situación previa de salud", advierte el especialista.

En este sentido, el experto defiende que, a veces, hay que dejar que pase un poco la fiebre y no atiborrar a los niños a antitérmicos porque el objetivo no debe ser bajarla sino que nuestro único objetivo debe ser que nuestro niño se encuentre bien. "Por eso deberíamos llamarlos analgésicos, pero no antitérmicos ni antipiréticos. De tal manera, si el termómetro marca 37,5º C y nuestro hijo está con escalofríos, sudoroso, y no se quiere mover de la cama o el sofá, démosle algo para que se encuentre mejor, no para que le baje la fiebre. De la misma forma, si el termómetro marca 39º C pero nuestro hijo corre, salta y sonríe, ¿qué necesidad hay de administrar ningún medicamento? Dejemos que nuestro niño se defienda de la infección. No facilitemos la vida a los microorganismos", apostilla el especialista.Los niños presentan fiebres más altas

Piñeiro subraya además que los niños son más 'termolábiles', es decir, alcanzan temperaturas más extremas con mayor facilidad que los adultos, y también responden mejor y más rápido a los medicamentos clásicamente utilizados para disminuir la temperatura corporal. "Esto es importante. No es lo mismo que un adulto alcance 40º C a que lo haga un niño. Es raro que un adulto llegue a esa temperatura y se encuentre bien, pero no es tan raro que un niño sonría al termómetro mientras los padres corren a urgencias porque la fiebre es muy alta y eso puede ser muy grave, aunque el infante esté pensando en ir al parque a jugar y no entienda la preocupación de sus progenitores", señala.

A su vez, resalta que la temperatura alta no tiene por qué ser grave, aunque sí pueden ser perjudiciales los cambios bruscos de temperatura. "Muchas de las llamadas convulsiones febriles tienen lugar en niños a los que, ante el temor de una fiebre de 40º C, se le han administrado dos antitérmicos al mismo tiempo y se les ha bañado en agua congelada. Estos tratamientos bruscos sí pueden desencadenar efectos adversos indeseables, como por ejemplo una convulsión. El grado máximo de la fiebre importa poco, a pesar de que los pediatras lo preguntemos una y otra vez. Sin embargo, los cambios de temperatura deben ser graduales. El ascenso no siempre lo podemos controlar, pero el descenso sí", agrega el responsable de la AEP.

Consejos para sobrellevar la fiebre

- "Si nuestro niño se encuentra muy adormilado, quejoso, no quiere hablar o no quiere moverse del sofá, y no mejora a pesar de haber administrado analgésicos, acuda a su pediatra. Su hijo no tiene buen estado general y debe ser valorado. Lo que diga el termómetro en este momento importa poco. Tampoco se preocupe, aunque el estado general no sea bueno en este momento, más del 99% de los cuadros febriles en pediatría no son graves", explica Piñeiro.

- "Si su hijo bromea con usted, choca los cinco, sonríe o salta, diga lo que diga el termómetro, no se preocupe. Su hijo está bien. Está comenzando probablemente con un cuadro infeccioso, pero no hay motivo ninguno de alarma. Y si estaba regular pero ha revivido tras administrarle el analgésico, tampoco se preocupe, no hay motivo. Dejemos de clavar nuestras miradas en los termómetros y fijémonos un poco más en nuestros hijos", agrega.

- "¿Para qué queremos darle un baño? ¿Para bajarle la temperatura o para que se encuentre mejor? Si es para bajarle la fiebre, no hace falta. Si es para que se encuentre mejor, entonces adelante. Pero busquemos el confort. A nadie le agrada un baño en agua gélida. Y si la temperatura corporal está elevada, el choque térmico con agua aparentemente templada a unos 35º C, puede ser también desagradable. En función de la temperatura del niño, preparemos un baño uno o dos grados por debajo de lo que marque el termómetro, y nuestro hijo lo agradecerá", precisa el pediatra.

- "Si su hijo tiene fiebre, pero está contento y parece que no está malo, guarde el jarabe y quédese en casa. No tiene una meningitis. No tiene una enfermedad grave. La fiebre no mata ni deja secuelas. El cuerpo de su hijo se está defendiendo, probablemente frente a una infección. Manténgale bien hidratado y espere un tiempo razonable de 24-48 horas para ver cómo evoluciona la enfermedad, y entonces consulte a su pediatra", señala.

Eso sí, advierte de que todos estos consejos tienen solo dos excepciones: menores de 3 meses (donde se recomienda consultar siempre al pediatra) y mal estado general, un niño de coloración pálido-grisácea que no tiene fuerzas ni siquiera para llorar.

"No hace falta ser médico para darse cuenta. Nadie dudará de que el niño esté malo. Ni los padres, ni los hermanos, ni los abuelos, ni los vecinos. Y si tiene dudas, consulte, pero aprenda, infórmese, fórmese y eduque a su alrededor. No tenga miedos injustificados. No ponga su granito de arena a la persistencia de la fiebrefobia", sentencia el experto de la AEP.