Víctor Vicente Bravo me tocó las narices ayer. Tanto me las tocó que no tuve más remedio que cambiar la columna de opinión que ustedes están ahora leyendo. Lo de que acudiera a la Junta estaba previsto, que montara algo de lío también, pero no esperaba mi menda lerenda que tuviera la desfachatez de tratar de mentir a todos los valencianistas —me gusta presumir de que soy del Valencia, porque paraece que en esta ciudad no se puede presumir de ser periodista y del Valencia y sí se puede presumir de ser periodista y del Levante—. Pues eso, que desde mi condición de periodista y del Valencia ayer me sentí engañado y borré lo que había escrito sobre los latidos de un corazón para hacerles una reflexión.

Hasta el momento de Dalport tenía la impresión de que es una empresa a la que en términos mercantiles nada le puedo reprochar. Es decir, alguien —Vicente Soriano— busca a Dalport y su presumible capacidad de aportar dinero líquido; Dalport ve una posibilidad de negocio y acepta quedarse con el 50,3 de una empresa que se llama Valencia CF SAD comprándole las acciones a unos señores que se las venden haciendo un ejercicio de irresponsabilidad valencianista —esto último es solo mi opinión sobre los que venden, no sobre Dalport que es quien compra—. Dicho esto, lo que no le consiento a Dalport es que un representante suyo acuda a una Junta de Accionistas y acabe su conferencia de prensa ante los compañeros diciendo aquello de «¡Amunt Valencia!». Mira Víctor, defiende tus intereses legítimamente adquiridos y llega hasta donde creas conveniente, creo que perderás la batalla, y seguramente estés convencido de que me equivoco, pero todito te lo consiento menos disfrazarte ahora de valencianista. En esta historia en la que estamos gracias a Soler, Soriano, Silla y algunos más, tus intereses son económicos y mercantiles, no me hables de corazón, porque «tu corazón tú sabrás donde lo pones, pero tienes que entender que con tanto hacerme correr me estas tocando los cojones».