Sería por la modorra del calor o por el efecto de una siesta que no existió, pero después de comer y camino del periódico, opté por la radio y dejé de lado las deliciosas locuras del Robe y sus canciones. Puse la radio y me enganché a un programa que contaba la historia de los Manuscritos del Mar Muerto, que son unos escritos muy antiguos de unos tipos conocidos como los Esenios, que vivían en el desierto de Judea y que profesaban una corriente espiritual considerada como una de las fuentes del cristianismo primitivo. Decían en la radio que el mensaje de esta gente estuvo escrito en unos pergaminos y escondido en unas cuevas durante más de 2.000 años como si alguien hubiese querido privar a las generaciones venideras del mayor de los secretos; la manera en que ellos, los Esenios, entendían la vida en el siglo segundo antes de Cristo. Y medio dormido, a la tres y cuarto del medio día y conduciendo por la autopista con el aire acondicionado metiendo caña como un loco, recordé que en mi disco duro guardé hace unos meses mi particular manuscrito. Era mi pergamino, mi gran secreto, mi verdad oculta al mundo de manera inconscientemente y como mecanismo de autodefensa. Por eso ahora me veo en la obligación de ejercer de arqueólogo y buscar en las profundidades de mis pensamientos para contarles el día en que Mata se despidió del valencianismo. Fue en la cena de su peña y ante su gente. Recuerdo como si fuera hoy mismo cuando intentó decir que siempre nos llevaría en el corazón, que el camino del fútbol le llevaría por otros sitios y sobre todo, como agradeció el cariño de la gente... Entre todos no le dejamos, cavamos una cueva, pero el destino estaba escrito. Hasta siempre. La vida sigue. Y el Valencia.

twitter.com/Carlos_bosch