Hay veces en que uno prefiere no acertar. Ayer acerté. Llevaba días escribiendo sobre el enfado de algunos de los jugadores que no cuentan, al tiempo que trataba de transmitir mi preocupación porque inevitablemente llegaría el momento en que el equipo los necesitaría. Insisto en que mis temores y reflexiones iban dirigidos hacia las necesidades del equipo y a qué podía hacer o no su entrenador —o qué estaba haciendo bien o no tan bien el entrenador—. Que no parezca por lo tanto que se me ocurre pensar que la rajada de Ricardo Costa es culpa de Emery y que es normal que un futbolista critique a todo lo que se mueve si su entrenador no está gestionando bien su situación. ¡De eso nada, monada! De que Emery puede hacerlo mejor no tengo dudas, como tampoco dudo que los futbolistas tienen que poner más de su cuenta. Un ejemplo son las declaraciones de Ricardo Costa y la rabia que esconden, enfrentadas con la entrevista que hizo Ángel Dealbert en este periódico, que es un ejemplo de respeto a sus compañeros y a la profesión.

Los retos que lanzó ayer Ricardo Costa al Valencia y a su director deportivo suenan más a amenaza de polígono en la madrugada que a futbolista curtido en mil batallas cuya principal virtud es el mucho cariño a sí mismo que se tiene —que es precisamente lo que le hace ser un jugador competitivo—. Además, en este caso ni le vale el atenuante de que se le calentó el morro, porque sus palabras llegan a las redacciones de todos los medios de comunicación —una vez más—a través de su jefe de prensa particular. Es más, ni siquiera podrá decir que la culpa es nuestra, de los periodistas, que puede que alguna vez seamos pillos y malinterpretemos sus palabras, pero les puedo asegurar que no fichamos defensas centrales. Prefiero al Ricardo Costa futbolista que compite peleando cada balón y termina siendo útil al equipo, él sabrá, si acaso, que pregunte quién ofreció sus servicios al Espanyol...

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