Ni se me ocurre decir que aunque sea muy en el fondo de mi disco duro o de mi patata, sabía que lo de ayer era una misión imposible. Creía en la remontada, aunque fuera desde el punto de vista irracional, creía en la remontada. Aunque fuera una cuestión más allá del puro fútbol, yo creía en la remontada porque me había encomendado a la magia de Mestalla por culpa de un puñado de locos entusiastas que me dieron una lección el pasado miércoles. Los peñistas de Benetússer y su Senyera. De vez en cuando el fútbol te deja lecciones vitales que uno recuerda por siempre y que espero sean útiles en algún momento y esta es una de esas. Todavía recuerdo la conversación telefónica con el presidente de la peña, Ramón Ferriols, cuando con la boca pequeña se me ocurrió decirle si había posibilidad de que trajera su enorme Senyera al periódico. Confieso que en ese momento me parecía la mayor de las osadías, me parecía una más de las locas aventuras de los de SUPER, acostumbrados como estamos desde hace años a atrevernos con todo bajo nuestro lema de «el NO ya lo tenemos...». Y como si se abriera el Mar Rojo en ese momento, me dice Ramón que no hay problema, porque «a las cinco la vamos a extender en el Ayuntamiento de Benetússer, la recogemos y después vamos al SUPER. ´Sense problemes´ Carlos...». Al día siguiente, como había prometido, Ramón, Toni y compañía se plantaron en el periódico con la bandera convencidos de que con ella ganábamos la eliminatoria. Y con su simpleza nos contagiaron a todos, con los ojos brillantes de ilusión, pusieron la bandera en vertical, en horizontal y la habrían puesto en doble tirabuzón si hubiera hecho falta porque para ellos, aquello, era el primer gol que nunca llegó. Uno les veía maniobrar con aquella enorme tela y no podía más que creer y, aunque el Valencia no hizo anoche ningún gol y su afición se acuesta escaldada una vez más a pesar de haberlo dado todo, me quedo con esa parte irracional que te apega a lo que más quieres de por vida, aunque cuando escribo esto intuyo una noche larga de insomnio y mala ostia. Aunque no me olvido del desastre del Calderón, hoy me da igual porque estos días de ilusiones a flor de piel me recargan las pilas por un tiempo. Además, el ejemplo de Canales no puede quedar en nada, no jugamos una final, pero hemos crecido como afición. No sé qué pensará la gente, pero yo, me equivocaría otra vez... ¡Ánimo Sergio!

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