Termino la semana agotado y feliz. Y convencido de la victoria. Han sido muchas sensaciones en pocos días, mucho pensar siempre en lo mismo y todo enfocado al partido con el Sevilla. Ya ven, últimamente demasiadas cosas tienen su principio y final con el Sevilla; todo empieza cerca del final. He hablado con Ayala, con Carrete y con Sempere. Chincha rabia que a veces ser periodista te da ciertos privilegios. Y he hablado con presidentes de peñas, con el presidente de la agrupación, con alguien de la Curva Nord... Hasta intenté quedarme a cenar el jueves en la Agrupación con los demás peñistas, -yo también lo soy- pero el condenado ordenador decidió que no le daba la gana encenderse y tuve que volver al periódico dejando allí, sobre la mesa, un plato de ´cacaus en corfa´ y dos tentadoras cervezas. Y una buena charla sobre el Valencia. ¡Eso que me perdí! La tecnología nunca ha sido mi fuerte.

De tantas cosas me queda una en el disco duro que me atormenta. Me la contó el presidente de una peña valencianista cuyo nombre omitiré porque es privada. Está fastidiado por el Valencia dice, pero más por su nieto. Me contó que tiene ocho años y que va todos los días al colegio con el chándal del Valencia, pero los compañeros se burlan de él precisamente por eso, porque lleva el chándal de un equipo que no gana nunca. Supongo que saben lo crueles que pueden llegar a ser los niños. La cosa ha llegado a ser tan preocupante, me dice, que su nieto no quiere ir al colegio€ ¿Duele verdad? Como ven, hay muchas formas de que te duela tu equipo de fútbol.

Menos mal que vino en mi ayuda Rafa Lahuerta y su artículo en el periódico Levante-EMV. Sí, a mí también me llamó la atención aquella frase de Ayestaran, «tenemos que preguntarnos qué podemos hacer por el Valencia», pero aunque lo he intentado, he sido incapaz de juntar tantas ideas y tan bien escritas como hizo él. Me ayudó el condenado Lahuerta y su buen hacer. Su propuesta de lista de cosas que podemos hacer por el Valencia me hizo subir a la palmera de nuevo, no lo voy a negar. Supongo que mi pequeña lista fue darles altavoz a las ideas sensatas de Ayala, Carrete y Sempere, o machacar como un cansino que nos la jugamos ante el Sevilla.

Y sí, los periodistas podemos ser muy pesados y empalagosos, y esta semana lo hemos sido y yo el que más, como en la canción de Obús. ¿Qué hacemos pidiendo a la afición que vaya a Mestalla si es la nunca falla? Ya se sabe que los ´plumillas´ cuando cogemos carrerilla somos como el tonto que coge la senda y la senda se acaba pero el tonto sigue€ Si alguien no es culpable de que el Valencia esté a seis puntos del descenso cuando faltan siete partidos de Liga es la afición, y ahora resulta que tiene que ser la afición quien gane el partido. Pues no, el partido lo tienen que ganar ellos, los jugadores, pero los aficionados pueden hacer algo. Pueden no hundir al equipo, suena crudo pero es lo que pienso. Es fácil. Si la afición aprieta, se vendrá abajo, si dice todo lo que siente y lo vuelca sobre los futbolistas, nos vamos a segunda división. Si la afición anima, estará más cerca de la victoria por más que los que juegan a fútbol son ellos. No olvidemos que nosotros seguiremos aquí la temporada que viene y hasta el infinito y más allá y que lo demás es como dice la canción, «pasa el tiempo, pasa la gente, jugadores y presidentes». Así que mejor lo hacemos por nosotros, aunque joda.

Una vez escribí la fábula del nuevo viejo Mestalla, que contaba que «el viejo nuevo Mestalla no se mira a ningún espejo pero se siente ´to guapo´. Es el estadio más viejo de primera división pero no está cansado, jamás se había sentido tan joven y con tantas ganas de disfrutar a pesar de que más pronto que tarde, o más tarde que pronto -ahora ya le da lo mismo- lo convertirán en escombros. El viejo nuevo Mestalla sonríe a la vida y agradece los doce últimos meses que ha vivido con sus duendecillos chillones. Ya no mira atrás ni adelante, el viejo nuevo Mestalla vive el día a día, apura sus últimos partidos y solo piensa en el domingo día cuatro de enero. Hoy cuenta las horas para que desde todas las calles de su alrededor vayan apareciendo sus duendecillos chillones con bufandas, banderas y camisetas. Son «míos» dice, ´los conozco a todos...´. Los imagina felices y dispuestos a chillar como nunca ante el gran rival. El viejo nuevo Mestalla pensaba que las grandes tardes y noches con sus duendecillos chillones habían terminado para siempre. Los conoce mejor que nadie y sabe que estaban tristes, que iban a los partidos sin ilusión y por pura inercia, y hasta pensó que llegaría el día en que le dejarían solo... Ahora el viejo nuevo Mestalla disfruta de nuevo; han vuelto. TORNEM€».

Ya ven en qué ha quedado ese ´TORNEM´, en nada. En desilusión, en derrota tras derrota y decepción tras decepción. En pasotismo y malas caras. En conatos de enfrentamientos internos. En hartazgo de siempre lo mismo. En broncas, cánticos y pañoladas. En televisiones ventajosas, y periodistas que ni saben de qué hablan ni escriben y que cada vez que nombran a la afición del Valencia pecan. Ha quedado en bobos que presumen y se miran el ombligo, en botarates que como dijo Saramago creen tener al Rey en la barriga solo porque la casualidad quiso que nacieran en el centro. ¿Y qué nos queda? Pues nos queda la forma de pensar, que dicen los Maniática, y la certeza de que el dinero en el fútbol, como en la vida, no lo es todo, porque empezamos el año yendo de ricos por la Liga y ahora mendigamos cuatro puntos para evitar el abismo. Nos queda, si acaso, pensar en la cara que se le quedaría al viejo nuevo Mestalla si sus duendecillos chillones no dieran la talla.

Escribo esto un viernes antes de ir al Murciélago de Levante TV con Sempere, Paco Lluis y Miguel Castillo, pero empecé a pensarlo el domingo por la mañana tras la derrota en Canarias ante la UD Las Palmas. Mientras paseaba entre naranjos con mi perro Momo pensaba en la portada de aquel día de SUPERDEPORTE, decía «pedís ayuda y la vais a tener, pero esto lo tenéis que sacar vosotros» en referencia a los futbolistas del Valencia. Y de repente, solo, tranquilo y sentado en una piedra al sol mientras el perro iba de aquí p´allá sin importarle el que dirán, cogí el móvil y envié un mensaje de ayuda. Muchas horas después el trabajo está hecho y solo queda que ellos ganen el partido para que el lunes, nuestro protagonista de ocho años pueda ir al colegio orgulloso con su chándal favorito porque ha ganado el Valencia... AMUNT

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