Supongo que ya sabrán que a menudo me gusta llegar a conclusiones generales desde anécdotas o detalles pequeños y vuelve a ser el caso. Simone Zaza habla para la radio oficial del club, y de entre sus palabras me llaman la atención las que iban en la portada de este periódico: "Lo que estoy pensando estos días es cómo va a estar Mestalla el sábado. No lo he visto lleno al cien por cien muchas veces y creo que va a estar lleno".

Partiendo de la base de que los futbolistas son personas y que hablan entre ellos, es una reflexión que Zaza hace ante unos micrófonos solo unos minutos después del entrenamiento y podemos deducir sin demasiado riesgo que ese comentario se ha hecho también dentro del vestuario, es decir, el latiguillo de ´menudo ambientazo habrá el sábado en Mestalla, tengo ganas de verlo´ está en las cabezas de los futbolistas.

Por lo tanto, tenemos a unos jugadores motivados y sabiendo que Mestalla estará a reventar. Y mejor todavía es que los jugadores saben que tienen a la afición de su lado porque se lo han ganado a pulso y no porque los periodistas hayan montado una de sus estúpidas y baratas campañas para apoyar al equipo en las que admito que soy el primero que se involucra. ¡Moñadas! No es eso, estamos ante el fenómeno fútbol en su máxima expresión y sobre todo en su pura esencia: una afición entregada, orgullosa de su equipo, con ganas y agradecida a sus futbolistas por el esfuerzo que realizan, una afición que ha hecho borrón y cuenta nueva y olvida el pasado porque no quiere más que saborear el presente, el partido de hoy y como mucho el de mañana.

Eso quiere y no más. Una afición que teme tanto que el futuro más inmediato no sea tan bonito como es el presente que se entrega a saborearlo como si no hubiera mañana. En este sentido, me recuerda a la anécdota de uno de mis libros favoritos, ´El hombre en busca de sentido´ que cuenta la vida en un campo de concentración nazi desde el punto de vista de un psiquiatra que lo sufrió en persona. En un momento dado, un compañero de barracón duerme pero grita poseído por una pesadilla, y el psiquiatra en cuestión va a despertarlo pero se da cuenta de que por cruel que sea la pesadilla, no puede ser peor que la realidad de un campo de exterminio nazi y decide dejarlo dormir... Y así estamos los valencianistas, saboreando este sueño mientras dure temerosos de que termine. Soñemos pues.

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