Llevo muchos días dándole vueltas al artículo de hoy. Se supone que es una cita grande y que hay que ser original y no fallar. Una de esas en que los periodistas pensamos que nos va a leer todo el mundo y queremos estar especialmente brillantes y terminamos siendo unos pedantes estúpidos porque legitimamos que otros días escribimos lo que nos parece sin poner cuidado, cariño ni atención. ¡Todos los días importan!

Le he dado vueltas y me he aburrido, no les voy a mentir. Me he aburrido porque sigo atascado en la misma idea y no avanzo. La misma idea de la misma página del libro de cada verano. Lo he leído muchas veces aunque no me gusta, y por ello siempre me prometo que no lo volveré a leer. Y cada mes de mayo la neurona preguntona me recuerda que cambie los libros de la playa porque por casa tengo más de uno sin abrir, pero llega junio y allí están los de siempre y él amenazante en la estantería. Pero hace unas semanas por fin me mostró algo que no parecía copiado de un manual de autoayuda de gasolinera. «Hay un lenguaje universal que todo el mundo entiende, el lenguaje del entusiasmo, de las cosas hechas con amor y con voluntad...». Joder, el lenguaje del entusiasmo... Los valencianistas jamás deberíamos perder el entusiasmo. Disfrutemos hoy.

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