Me apasiona la historia, de adolescente pasaba horas y horas leyendo la enciclopedia saltando de un sitio a otro. Estaba en la antigua Roma y cuando tocaban las guerras púnicas tomaba nota para después buscar Aníbal y Cartago. Lo recuerdo como un apasionante viaje en el tiempo de civilización en civilización, de Pericles y la Acrópolis a Julio César, de Sumer a Egipto o de los pintores de la Cueva de Altamira a los primeros agricultores del creciente fértil. De noche, cuando no imaginaba finales de Copa del Rey en que el Valencia CF ganaba, jugaba a ser un homo sapiens que dejaba el clan en busca de nuevos mundos... Cuento esto porque un día me di cuenta que jamás me he sentido especialmente atraído por la historia de mi equipo de fútbol. Si acaso cuando mi madre me regaló el libro del 75 aniversario, o cuando con el vespino iba cada semana a un kiosko que había junto al instituto de Massamagrell, en el barrio de la Magdalena, a comprar los fascículos que devoraba con pasión. Hoy que mi equipo de fútbol cumple cien años me doy cuenta que en lo que a mí respecta no son más que una anécdota porque el Valencia CF es mucho más. De la historia quiero saber y aprender, del Valencia CF quiero sentir, experimentar, saborear, sufrir y disfrutar. Esa es la gran diferencia entre un hobby y un sentimiento. Lo diré de otra manera. Para mí el Valencia CF es llegar cada tarde domingo a casa de mi abuelo Voro después de ver dos películas en el cine de El Puig, abrir aquella cortina y preguntar ansioso, «Yayo, ¿cóm ha quedat el Valencia?». Ahora me gusta pensar que él pasaba la tarde pendiente de los partidos solo porque yo le preguntaba. ¿Ven como cien años no son nada? Feliz cumpleaños.

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