Cada uno tiene sus ídolos y yo fui a Mestalla a ver a Ricardo Arias y a Claudio López, pero me encontré con Mañó. O mejor dicho, me encontré con el abrazo infinito que le dio Roberto Gil a Mañó. A partir de ahí, me sobró todo lo que va después. Y eso que fue la tarde soñada. Mañó saltó el primero al césped de Mestalla con la pausa a la que le obligan sus 87 años y al escuchar que es el ex jugador del Valencia CF con más edad, no pude evitar imaginar la felicidad que el venerable anciano sentiría en esos momentos. Se sentó y saludó de manera humilde. Era la imagen del respeto y Mestalla lo captó al instante; aplaudió diferente. Con Kempes se puso en pie, ovacionó a Cañizares, a Vicente y a Albelda, y el Piojo desató la locura en los sectores frente a tribuna cuando se acercó a saludar, pero el aplauso a Mañó sonaba diferente, escondía respeto y admiración. De todos cuantos estábamos en el viejo estadio muy pocos lo vimos jugar y de él apenas sabía que es de Sueca, pero su andar mesurado hacia la que fue su casa tantos años atrás me impactó. Roberto Gil fue el siguiente en salir, y a poco que depositó en la mesa uno de los muchos trofeos que ganó y que ofrecía al valencianismo, fue hacia Mañó y le dio un abrazo eterno que resume cien años. En esos escasos segundos en que Roberto Gil se agarró cariñosamente a Mañó está toda nuestra historia y sirven para explicar, -si es que con palabras se puede hacer-, el valencianismo de manera sustancial. Si la más pura esencia de este sentimiento se pudiera resumir en una imagen, si se pudiera trasladar a un pequeño frasco para conservarlo de por vida, pensé que estaba ahí, en aquel momento mágico en el que en el centro de Mestalla dos hombres agradecían a Dios haberles dado la oportunidad de estar allí para vivirlo y para contarlo. Ya ven, a mi edad me he dado cuenta de que Dios vive entre nosotros. Circunstancias del pasado me llevaron al convencimiento de que nada hay, pero Cañizares me dio una lección y así se lo hice saber. Por eso cuando vi a las hijas pequeñas de Cañete corretear por Mestalla detrás de un balón, me acordé del pequeño Santi, y es bonito pensar que es así, que a los míos también se los llevó porque los quiso pronto junto a él. Salí de Mestalla pensando que como 'Santicampeón', ellos también vieron a Roberto Gil abrazar a Mañó para siempre. Amigo lector, los tuyos también lo vieron. Cañizares tiene razón.

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