Supongo que ya no hay duda de que el llamamiento de los futbolistas del Valencia CF de hace unos días -Gayà habló en público por todo el vestuario- pidiendo el apoyo de los aficionados para un partido tan importante como era el del Lille, fue sincero y no una consigna cocinada en el club. Espero también que haya quedado claro que detrás de esa petición se escondía una crítica al presidente Anil Murthy por las decisiones tomadas desde el verano, pero sobre todo, había una sana intención de buscar la unidad entre grada y equipo cuando lo que está por llegar puede ser tan bonito como meterse en octavos de final de la Liga de Campeones. La jugada salió redonda y Mestalla volvió a ser ese teatro de los sueños donde todo puede suceder, y eso es algo que está muy por encima de cualquier dirigente, y que no se interprete esto con un intento de apagar crítica alguna, que cada uno es mayorcito para protestar cuando quiera y más ahora que sobran los motivos. Fue como la épica remontada de la temporada pasada en Copa del Rey ante el Getafe que el narrador Miguel Ángel Román inmortalizó con aquello de «¡qué bonito es el fútbol cuando se vuelve loco!».

Saltó la química y Mestalla rugió como en sus grandes noches. Nada me gustaría más que de ese momento mágico resulte la comunión entre grada y equipo porque ya sabemos qué pasa cuando Mestalla dice «allá voy». Asusta a los rivales, que así me lo confesó Marcelino la primera vez que hablé con él porque lo sufrió con el Villarreal. A la mañana siguiente de la remontada ante el Lille vi algunos comentarios en redes sociales que hicieron futbolistas del Valencia CF y mi mente se puso a volar. Maxi: «Feliz de formar parte de esta gran familia, esto no para, vamos por más. Agradecido con la afición por el apoyo de siempre, todos juntos somos mas fuertes . Grande equipo». Mangala: «Muy feliz de volver a Mestalla. Vamos equipo. Amunt». Y Piccini, el que más me impactó: «¡Grande mi equipo! ¡Amunt Valencia!». Ese «mi equipo» dicho por un italiano lesionado de gravedad que viene de Portugal y pasó por el Betis, me hizo entender que el sentimiento de pertenencia a la tribu que hay en ese vestuario es indestructible. Primero tiraron a su líder -Marcelino- y después Anil se empeñó en llevar la guerra a Mestalla, pero ellos, que hasta parecen empezar a entenderse con Celades, solo quieren ganar. Y esto, con la que cae, es una bendición que merece la pena saborear. Magia contra el Granada.

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