Treinta años después Jorge Valdano volvió al Estadio Azteca de México en la final contra Alemania. Recuerda algunos de los partidos que la albiceleste jugo allí en ese Mundial y en especial la final ante la selección alemanaCuando se pone a hablar de lo que sintió cuando finalizó el partido se emociona, es normal, pero me llamó la atención porque nunca lo había visto así, con la lágrima a punto de saltarle de un ojo. Me gusta bastante el Valdano analista aunque más allá de su mala etapa como entrenador del Valencia CF, tengo la sensación de que mete la pata cada vez que habla del club de Mestalla o de su afición. Aún así, insisto que como analista de fútbol me gusta bastante. Pero mucho. Por eso me llamó la atención verlo así, como fuera de protocolo. Él siempre tan correcto y analítico, de repente.

Apretó el puño y llevándose la mano al corazón, dice que lo mejor que sintió cuando ganó la final del Mundial fue la sensación «del deber cumplido». Es un concepto interesante eso del deber cumplido. La entrevista a Jorge Valdano en cuestión la vi la noche anterior al encuentro de Mestalla ante la Atalanta y no pude evitar pensar en enviarle el vídeo a un futbolista, o algún allegado, con el ánimo de contribuir a que se concienciaran de lo vital del partido por más que sea ridículo comparar la final de un Mundial con unos cuartos de final de la Liga de Campeones. Pero ahí quedó la reflexión, en el tintero atropellada por los acontecimientos del coronavirus. Es ridículo comparar el partido ante la Atalanta con ganar un Mundial, pero lo verdaderamente ridículo es pensar en ganar un partido de fútbol cuando nos estamos jugando tanto como sociedad. Ayer me levanté con un whatsapp de un amigo, «Carlos diuen per el poble que tens el coronavirus». No hagas caso le dije. Pero podría pasarme mañana. Más allá de rumores ante los que nada se puede hacer y a los que no doy más importancia que la de una conversación sin más, la lectura final es esa, ninguno estamos a salvo porque la naturaleza no hace distingos. Jorge Valdano se emocionó porque ganó el Mundial para su país y sintió que había cumplido con su deber hasta tal punto, que treinta años después se emocionaba al recordar aquella sensación. El deber cumplido... Es ridículo comparar un Mundial de Fútbol con un mero partido de Champions pero no es ridículo pensar que todos tenemos muchas pequeñas batallas que ganar hasta la victoria final, que todos tenemos un deber que hacer. Ese ha de ser estos días nuestro pequeño mundial particular, entre todos tenemos que lograr acostarnos cada noche con la certeza de que hoy, he cumplido con mi deber como ciudadano. Días llenos de pequeñas victorias.