«He tenido que currar como una bestia y me he tenido que tirar en el barro, he peleado en campos que eran prácticamente de tierra y me he perdido algunos momentos de la vida de mi hijo, todo para intentar ser futbolista de Primera». La historia de Jonathan López explosiona como un ejemplo de superación. Podría inspirar un guión de película... con la esperanza de que lo mejor está por llegar todavía. Cruces del destino, la escena del próximo domingo promete emociones: pisará Mestalla con el Getafe. Después de debutar frente al Sevilla, su segundo partido en Liga llegará en el escenario donde tantas veces soñó ser protagonista. «Para el Valencia sólo tengo agradecimientos. Llegué siendo un chiquillo, me formaron como futbolista y también como persona, gracias a ellos soy el deportista de ahora», reseña Jonathan. Ahora tiene 33 años, pero con 18 años iba para figura. Vivió el mejor Valencia de la historia (coincidió con Cúper y con Benítez), tenía un potencial enorme y llegó a ser considerado como el sucesor de Cañizares. Fue apuesta fuerte del club, pero tropezó. Cayó hasta el fondo, pero encontró el camino para levantarse desde la pasión por el fútbol, la perseverancia, su fuerte personalidad y el nacimiento de su hijo: «La paternidad me sirvió para madurar, para darme cuenta de los errores que había cometido. Me di cuenta de que tenía una responsabilidad y tenía que responder por él». El mérito de Jonathan radica en que fue capaz de reinventarse y evolucionar a tiempo. Se resistió a quedarse por el camino, se marchó al fútbol griego, conoció el éxito y cumplió un sueño: volver a España para pelear en un club de Primera División.

Hoy, Jonathan pasa por su mejor momento. «Me siento orgulloso de lo que hago y de como lo hago», asegura. Tiene el tanque de la ilusión lleno hasta arriba: «El Getafe arriesgó conmigo y trató de responder a esa confianza con trabajo». El verano pasado llegó al Coliseum desde el Veria de Grecia. Tuvo que tomar la decisión de emigrar para partir de cero, para que se le juzgase sólo por su rendimiento y no «por lo que fui o pude ser cuando tenía 20 años». No siempre tuvo la cabeza donde debía, pero le colgaron una fama que no se correspondía con la realidad. Durante mucho tiempo hubo gente que insistió en hacerle daño. Las expectativas exageradas en torno a su figura tampoco ayudaron. «La fama no me benefició en nada. Al contrario, estuvo cerca de truncar mi carrera», relata. Jonathan ha aguantado impagos, ha pasado por Segunda y por Segunda B, ha estado entrenando a la espera de un contrato, ha bajado y ha subido. «He tenido que demostrar a la gente que de verdad quería ser futbolista. He aguantado y aguantado, he peleado y soportado muchas cosas y si he tenido que ponerme los guantes para ir al Roquetas o al Burgos, lo he hecho», recuerda desde el coraje. Le hervía la sangre cuando escuchaba que estaba acabado o que no valía. El guardameta lleva muchos años remando contracorriente, abriéndose camino a base de sacrificio: «Igual que en mi primera etapa como futbolista encontré muchas facilidades, después nadie me ha regalado ni un vaso de agua».

El punto de inflexión

El 22 de diciembre de 2008, le tocó la lotería. Estaba jugando en el Albacete y nació su hijo. «Ahí es cuando empiezo a pensar que algunas cosas no las estoy haciendo bien». Jonathan rememora aquella situación como el momento clave de su trayectoria. «Mi hijo me ha dado fuerzas para pelear por todo y estoy súper unido a él», insiste.

Grecia también marca un cruce de caminos esencial. Primero, probó suerte en Levadiakos de la mano de Quique Hernández. El entrenador valenciano se lo llevó para allá convencido de que podía triunfar. Aquello no cuajó, pero le sirvió para conocer el terreno. A la segunda fue la vencida. En el Veria se proclamó mejor portero del campeonato griego, vivió situaciones surrealistas, encontró estadios llenos con 30.000 personas, recuperó la ilusión y volvió a sentirse capaz de llegar a la Primera División española. Su estreno fue inolvidable: «Debuté frente a Levadiakos, el club que no había querido contar conmigo, paré un penalti y conseguimos aguantar el empate a cero con ocho jugadores». Fue la primera de muchas grandes jornadas. En Véria ha dejado huella. Tanto, que Dimitris Kalaitzidis (el entrenador que más fuerte apostó por él allí) se lo quiso llevar este verano a un grande como el Aris de Salónica. „¿Por qué no firmó?„ Ya había dado su palabra al Getafe. El sueño tomaba forma.

La apuesta del Getafe

«Siempre le estará agradecido a Ángel Torres por mantener su compromiso desde el primer momento hasta el último día», manifiesta. Su llegada al Getafe estaba pendiente desde marzo de la temporada pasada, cuando Miguel Ángel Moyá se lesionó de la rodilla y el Getafe se fijó en Jonathan „en plena forma y listo para competir„ para reforzar la portería. La operación se truncó por la reglamentación de la FIFA, pero el dirigente madrileño quedó encantado con Jonathan. En verano pudo buscar otra alternativa en el mercado, pero no. «Aquí le han dicho al presidente que yo no daba el nivel y con eso he tenido que lidiar? Hasta que al final ha llegado un entrenador que me ha permitido demostrar cosas, que me valora exclusivamente por mi rendimiento», retrata el guardameta. Recién llegado, Quique se interesó por sus datos y después de verle trabajar le dio la oportunidad de jugar en Copa. Funcionó bien en el choque de octavos vuelta ante el Almería y en los cuartos ante el Villarreal dio la cara en los dos encuentros. Con Vicente Guaita lesionado, la oportunidad de jugar en la Liga le llegó en el triunfo (2-1) ante el Sevilla. «Entreno para aprovechar cada minuto que me den, pero soy consciente de la calidad de mis compañeros y de que Guaita tiene condición de número uno», relata.

Jonathan camina con los pies sobre la tierra. «Hay muchos futbolistas como yo en España y que han luchado o luchan por llegar a Primera», expone el portero. Ha catado la cara A y la cara B del fútbol, pero no le da vueltas a su pasado. Vive centrado en el presente sabedor de que está donde está por no tirar la toalla. Lo que tiene claro es que no repetiría el trayecto. No tropezaría en las mismas piedras, aunque se siente orgulloso de lo que ha conseguido y cómo lo ha conseguido: «Lo que me ha llevado a madurar, lo que me ha llevado a ser el deportista y la persona que soy son los errores. Las grandes paradas y las victorias no me ha enseñado nada, han sido los errores los que me han hecho aprender en la vida».

Jonathan está centrado en el futuro, tiene un sueño, confía en sus cualidades y siente que „con 33 años„ está en un momento perfecto, mezcla madurez y experiencia con energía y hambre: «Siento que acabo de empezar, que tengo que apretar y demostrar muchas cosas todavía». Cañizares aguantó hasta los 39 años, no es una mala referencia que desempolvar.