Casi veinte años después, no se me ha olvidado el titular, tan pretencioso como cenizo. «Tiembla Karlsruhe», se podía leer. Era un domingo de finales de octubre y la portada del rotativo anunciaba de tal guisa que el Valencia se había puesto líder de primera la noche anterior. Una cómoda victoria ante el Celta por 3-0. Coser y cantar, entre Fernando y Mijatovic habían despachado a los gallegos cuya portería defendía Santi Cañizares luciendo un flequillo tan formal como ingenuo. Mestalla se divirtió de lo lindo. Fue una noche completa; unas horas antes, el Atlético de Madrid había remontado 4-3 al Barça pese a que los catalanes vencían por 0-3 al descanso con tres goles de Romario. Aquella locura le sirvió en bandeja el liderato al Valencia y descabalgó al dream-team de Cruyff.

El valencianismo transitaba por un estado de euforia. Después de un verano agitado, con Paco Roig y sus palmeros agitando el ambiente, el fútbol elegante del Valencia y la irrupción de Mijatovic habían serenado el ambiente y acallado las críticas. La grada, tan sensible a la demagogia, se había calmado. Además, los resultados acompañaban. Nadie podía sospechar la catástrofe que se avecinaba apenas tres días después de conquistar el primer puesto de la clasificación.

Sin embargo, aquella demostración literaria de superioridad reflejada en una portada triunfalista contrarió a los más sensatos. Por un lado, se obviaba la referencia del partido liguero y, sin venir a cuento, se retaba a los gallos alemanes en su corral. Mal fario. A diferencia de la mayoría de equipos españoles, el Valencia aún no había sufrido en sus carnes una debacle como sí habían padecido casi todos los que habían disputado una eliminatoria en Alemania. Quienes sabíamos cómo se las gastaban los equipos germanos en sus campos, no las teníamos todas consigo. Su fútbol, fundamentado en un avasallador poderío físico, intimidaba y descolocaba a sus acongojados oponentes.

El Espanyol había perdido en Leverkusen una final de la UEFA por penaltis que tenía ganada, al Atlético, campeón de liga del 77, le habían apeado en Hamburgo de la final de la Recopa pese a llevar un 2-0 de la ida, al Sevilla le habían metido cinco en Kaiserslautern, pero el rey de los escarnios en Alemania era el Real Madrid, al que goleaban como si fuera lo más sencillo del mundo cuando visitaba al Bayern de Munich o a otros conjuntos. Así que pocas bromas. Pero el entorno valencianista, como el capitán del Titánic, se sentía exultante y confiado. Por ahí empezó la tragedia. Hubo un innegable exceso de confianza y un exagerado sentido de la superioridad que resultó fatal a todas luces.

También hubo otros factores decisivos que explican aquel hundimiento y que se obvian cuando se evoca lo sucedido en el Wildsparkstadion, el primero fue lo sucedido en el duelo de ida cuando el Valencia batió por 3-1 al Karlsruhe, resultado que no reflejó la tremenda superioridad local. El arbitraje perjudicó gravemente al equipo de Hiddink con la anulación de un gol legítimo y la omisión de un par de penaltis muy claros. Oliver Kahn, con sus prodigiosas intervenciones, salvó a sus compañeros de una goleada de escándalo. El Valencia vencía por 3-0 y nadie daba un duro por los alemanes, pero a última hora llegó el tanto visitante que cambiaba el panorama y que iba a tener consecuencias fatídicas. Para acabarlo de arreglar, los de Mestalla perdían para la vuelta a dos jugadores fundamentales: Lubo Penev y Robert Fernández, sancionado el búlgaro y lesionado el de Betxí. Su ausencia también resultó determinante porque ambos aportaban un poderío del que carecían muchos de sus compañeros.

El Valencia salió a por todas, dispuesto a noquear a los alemanes en el primer asalto y a imponer su clase. En los compases iniciales, hubo tres claras ocasiones que no se tradujeron en goles y dieron vida al Karlsruhe. Los goles empezaron a caer como rosquillas en la portería de Sempere, y los de Mestalla se partieron por la mitad, quedaron desfigurados, como un boxeador groggy, sin capacidad de réplica. El hundimiento. Vestidos con un elegante uniforme azul marino, estrenado oficialmente para la maldita ocasión, los valencianistas sufrieron la mayor humillación de su historia continental. Esa noche empezó a cambiar la historia: semanas después se producía el cese de Hiddink y la dimisión de Tuzón. El club celebró sus 75 años de vida con una demostración de autodestrucción inigualable. Tiembla Mestalla.