Si fuera coherente con el discurso que trajo a Valencia, Miroslav Djukic debería haber renunciado a su cargo nada más acabar el partido de anoche ante el Almería. Quien llegó vendiendo ilusión a raudales, orgullo a espuertas y la obligación ineludible de que el club que lo encumbró como futbolista se codeara con los grandes de España no parece que esté moralmente en posición de hacer otra cosa. Por si el juego de su equipo, once jornadas más tarde, no fuera suficiente argumento para invitarle al abandono, un rápido vistazo a la clasificación debería hacerlo. Por no hablar de la humillante derrota en Villarreal, culminada anoche con el deplorable espectáculo ofrecido ante el colista de la Liga. Un Almería que llegaba a Mestalla con tres puntos, la resignación de su inmediato regreso a la Liga Adelante, y sin una sola victoria en diez partidos puso el triste colofón a un proyecto que ha llegado a su punto final.

Salvo en Asia

Y hablo de renuncia del entrenador porque no parece que en el club exista quien sea capaz de tomar una decisión que parece ya inaplazable. Resulta, así, difícil de entender que en un momento en el que el equipo ha dado todas las señales de alarma que uno pueda imaginar, coronadas con el jiji-jaja con el que sus futbolistas guardaron duelo en el entrenamiento del día siguiente a la catástrofe de Villarreal, su presidente tome un avión para marcharse de tournée „veremos para qué„ por el continente asiático. No hay mejor demostración de lo alejados que están los gestores del Valencia de la cruel realidad que esa huida a destiempo. Ya que Amadeo Salvo, que ha condonado con hechos y palabras la más que discutible labor de su director deportivo, parece, desde la galaxia en la que vive, convencido también de que Djukic es el hombre que debe guiar al Valencia al éxito, lo único que nos queda es intentar que sea el propio preparador serbio quien tome conciencia de la gravedad de una situación que no admite segundas interpretaciones. Y lo peor de todo es que mientras el presidente del club y sus adláteres siguen pensando que es aún demasiado pronto para tomar medidas drásticas, lo más probable es que ya sea incluso demasiado tarde. No hay más que echar la vista atrás, pero tan cerca como hace un año, para entender lo que estamos hablando.

Los mejores

Está dispuesto, eso sí, el bueno y admirado de Miroslav, a morir con las botas puestas. Ahí estaban, por si alguno tenía dudas, futbolistas de una aportación tan rutilante al equipo como Guardado, Feghouli o Postiga. Se juegue al toque o mandando balones arriba, hay cosas que, a decir del entrenador del Valencia, no tienen por qué cambiar. Y así, igual que no está dispuesto a renunciar a los centros precisos, medidos e incisivos de Guardado, Djukic no quiere tampoco prescindir del regate eléctrico de Feghouli ni del remate clínico y letal de Hélder Postiga, la auténtica revelación de la temporada y uno de esos fichajes que justifican por sí solos el sueldo de Braulio Vázquez. Entre los tres y un poco de sus compañeros consiguieron, eso sí, igualar en vulgaridad a uno de los peores equipos que ha pasado por Mestalla en años. Hasta el punto que la única manera que tuvieron de hacerle un gol fue de penalti absurdo provocado por uno de los futbolistas visitantes, que no creía que hubiera mejor manera de hundir todavía más las posibilidades de su equipo. Pero ni con el resultado a favor y el Almería errando pases a cuarenta centímetros de distancia de su destinatario. Estaba escrito que tarde o temprano se iba a pagar la deuda contraída por las rácanas victorias ante Granada o Rayo Vallecano y vaya si se saldó.

Lo aterrador

Resulta absurdo plantearse, a estas alturas, si el equipo tiene que jugar así o asá cuando parece más que obvio que muy pocos, por no decir ninguno, de sus futbolistas cree en lo que está haciendo su entrenador. Sólo así, o recurriendo a la premeditación, se explica la derrota ante el peor Almería que uno es capaz de recordar. Sólo así podemos entender la pachorra con la que se encajó la goleada en Villarreal y la asunción por parte de todos de que esto ya no tiene vuelta atrás. Quienes con su indecisión han acabado metiendo al club en una situación límite en octubre tendrán que intentar buscar una solución alternativa. Y que tengan que ser ellos, los que vendieron a los cuatro vientos las bondades de Djukic, Postiga, Pabón o Javi Fuego, es lo que, precisamente, resulta aterrador.