Sólo el resultado final se interpuso en el camino para que el público que anoche llenó Mestalla se volviera para casa con la satisfacción del deber cumplido. La derrota, dolorosa como casi todas, no enmascara, sin embargo, el soberbio espectáculo presenciado. Choque vibrante en el que nadie se dejó nada para otro día. El Barça, crepuscular y condenado a purgar a la sombra del Madrid, sabía que fallar en Valencia era reabrir la caja de los truenos. Los locales, con la duda en el semblante tras unas semanas sin encontrar su espacio, tenían la oportunidad de reivindicarse. El partido no defraudó.

Inicio titubeante

Entrenador que suele dejar a su hinchada al borde de la estupefacción con demasiada frecuencia, decidió esta vez Luis Enrique alinear a Mascherano y Busquets en la línea de creación del Barcelona. Ya declaró que este Valencia dispone de un equipo interesante y su respuesta fue inequívoca: precaución. Volvió Nuno, por su parte, al esquema que más alegrías le ha dado, aunque apostó esta vez por Feghouli, ese genio argelino, se supone que para recuperar los centros perdidos. Argumentos que en la primera parte no acabaron convenciendo a ninguno de los dos. Si alguien creó algún peligro serio fue el Barcelona, pero lo hizo casi siempre en balones frontales que la defensa valencianista no acabó de contrarrestar con orden. Barragán y Gayá, éste muy impreciso toda la noche, no acababan de cerrar, a menudo por falta de coberturas, como mandan los cánones las diagonales de Neymar y quien jugara por la derecha del ataque azulgrana y en la melé el equipo acababa sufriendo. Suárez, que pasaba por allí, no embocó un balón que dejó suelto Neymar en la frontal del área pequeña de auténtico milagro. El Valencia oponía pierna y músculo y amagaba con contraatacar como en sus mejores tardes. Pero faltaba siempre ese detalle que separa el notable del sobresaliente. De los centros, ni hablamos. Ausente Piatti, saques de esquina y faltas fueron ejecutadas de manera lamentable ¿Qué entrenan estos chicos durante la semana? ¿Esgrima?

Mejor versión

La reanudación fue otra cosa. El Valencia se rearmó. Alguien le dijo a Feghouli que de vez en cuando hay que echar una carrera cuando la cámara que retransmite para Argelia no le está enfocando y el peligro de Neymar y Alba se desactivó para no regresar. Por el otro lado, Rodrigo suplió con esfuerzo lo que no le acaba de salir de cara a la puerta contraria. Y por encima de todos sobrevoló, otra vez inmenso, André Gomes. Como en la primera parte, Otamendi marcaba la línea de espera del ataque azulgrana. Por oposición a entonces, el equipo supo salir en desbandada con el vértigo que tanto temía Luis Enrique. Y Feghouli, omnipresente para lo bueno y especialmente para lo malo, tuvo en sus botas el partido. Mandó la pelota al muñeco, nos tememos que como casi todos esperábamos. Más tarde la tuvo Negredo y Bravo respondió bien. En el ida y vuelta, era el Valencia quien parecía más cerca del triunfo. Desarbolado Mascherano, desaparecido Xavi, al que se rescató para partidos de relleno y acaba disputando siempre, con ese traqueteo tractoril con el que se resiste a aceptar el paso del tiempo, los partidos importantes, el centro del campo acabó siendo valencianista. Sobrio Parejo, mandando desde su sitio, le marcaba la línea a su primer lugarteniente. Y Gomes volvió a dejar detalles de una calidad desmedida, además de muestras de una superioridad física impropia de un tipo con ese dominio de la pelota. La pena es que no pueda estar en todas partes.

Cruce de curvas

El postrero gol que decidió el partido, aún sin restañar la herida de aquel de M´Bia, fue fruto de un accidente y de esa ambición que caracteriza a este Valencia, al que un empate ante el Barça le sabe a poco. Y sí, es bien cierto que el partido se pudo ganar, pero también el conjunto visitante hizo sus méritos y empujó hasta el final. Entre las muchas conclusiones que nos deja el partido debe estar, así, que el Valencia tiene todavía mucho que aprender, pero también que se trata de un equipo en curva ascendente, que tiene probablemente que soltar todavía lastre de esos años aciagos en los que convivía con la mediocridad. No disputó su mejor partido, pero aún y así aguantó el tipo ante un Barcelona menguante, que no parece que pueda dar mucho más de sí. Observar esta versión descafeinada de un Messi que más parece un jubilado paseando por un parque que un futbolista que hace apenas un año levantaba a propios y extraños de sus asientos, produce el mismo estupor que comprobar cómo su entrenador opta por substituir a cualquier compañero menos a él. En esas componendas, ajenas a cualquier lógica deportiva, es donde suele hallarse el germen del fracaso. Lecciones que esperemos sirvan para que aquí se vaya por otro camino. De ser así, le perdonaremos al entrenador que haya perdido ya dos partidos seguidos.