Otra noche de tumulto en un Mestalla que no gana para sustos. Venía el Granada como víctima propiciatoria y distó mucho de serlo. Los andaluces saltaron al campo para jugar de tú a tú a un Valencia al que ya cualquiera puede hacérselo y no dio su brazo a torcer hasta el pitido final del árbitro. Entre medias, hubo más carreras que fútbol, ocasiones para unos y para otros y un hombre que sobresalió por encima de todos: Bakkali. El joven extremo fue el mejor y gracias a él y a la cabeza de Mustafi la velada concluyó con una paz relativa. Y no, el bueno de Zacarías no estará ante el Olympique. Así está el Valencia.

El extremo

La primera parte fue, básicamente, un combate de Bakkali contra todo el Granada. Más ordenados que los locales, los chicos del peculiar Sandoval jugaron más y mejor que el Valencia, que cambió de sistema para contentar a esos que todavía a estas alturas creen que Alcácer y Negredo tienen que jugar juntos -no son pocos y también creen que Feghouli es un excelente extremo diestro-. Desmelenado en ataque como estaba Bakkali y de regreso a su carrerita contemplativa el siempre aplaudidísimo argelino, su equipo le ofreció al rival un cráter lunar por centro del campo. Ya podían Parejo y Pérez matarse a correr. Nunca llegaban a tiempo. Y así del Granada fueron los primeros disparos, lejanos pero sintomáticos de quién llevaba los pantalones, y el último. Un libre directo al que Jaume respondió con un paradón. Volviendo a Bakkali, el belga dejó en evidencia varias cosas. La primera y más importante es que en el fútbol de hoy la velocidad es lo que diferencia al buen futbolista del superclase. Él no lo es, de momento, pero al menos desarrolla su atrevimiento y sus buenas maneras a toda máquina. Puso sobre la mesa también la sutil perspicacia de su entrenador, que lo dejó fuera de la lista de quinientos futbolistas que por el Valencia pueden disputar la Champions. El talento de Nuno como entrenador ha quedado de sobras demostrado. Ahora ya sabemos que como director deportivo no conoce rival. Preparémonos para que vuele pronto rumbo a la Premier. Habrá que preguntar, finalmente, qué hacemos de Piatti y Feghouli, piedras angulares y favoritos de importantes sectores de público y crítica, convertidos en figuras de cera por el dinamismo del recién llegado. Que sabe hasta centrar balones con cierto criterio y no simplemente como único remedio cuando uno ya no sabe cómo continuar la jugada. En uno de ellos, a la salida de un córner, apareció Mustafi, como otrora el General, para salvar los muebles. Se dejó la piel el alemán, que pasó problemas, como toda la defensa, con El Arabi.

Los tres delanteros

La reanudación empezó con Alcácer desperdiciando una estupenda asistencia de Cancelo. Fue el punto culminante de otro partido desastroso de Paco. Su intrascendencia y la preocupante limitación de sus recursos técnicos empiezan ya a ser alarmantes. Parece empeñado, además, en acallar a sus muchos admiradores, que supongo reunió cuando marcaba goles a espuertas en juveniles. Con él el Valencia juega con diez. Negredo, por su parte, tuvo un buen primer tiempo. Pero desapareció después. Hundido físicamente, se arrastró durante los segundos cuarenta y cinco. Algo impropio de un profesional de su nivel y sueldo y del punto de la temporada donde estamos. Su reemplazo, Rodrigo, fue recibido con pitos de la grada. Lo cual resume adecuadamente la situación del equipo en ataque. Un tipo con la misma cláusula de rescisión que Cristiano y una pareja comprada a 30 kilos la unidad compiten por saber quién lo va a hacer peor. De manera que el juego ofensivo, agotado también Bakkali, cayó en los sabios pies de Cancelo, el único que consiguió crear algo de peligro a un Granada cuyo entrenador fue debilitando con cada uno de los disparatados cambios que hizo. Como si Emery hubiera dejado en esa zona de banquillos un aura que no va a desaparecer jamás, quitó Sandoval al mejor de los suyos, un Success que estaba llevando loco a Orbán, para dar paso a uno de esos alegres engañagradas, tan queridos por cierta crítica, que atiende al nombre de Thievy y al aspecto de un cantante de sevillanas modernas. Hizo lo que pudo Sandoval para que su equipo no empatara y, a pesar de ello, bien pudo haberlo hecho.

El acoso

Los últimos minutos fueron un acoso sin derribo visitante que puso a más de uno en la grada al borde del ahogamiento. El Granada nunca cejó en su empeño, se aprovechó de las evidentes lagunas tácticas del Valencia y, con sus limitaciones, incomodó sin cesar a Jaume. Un córner aquí, una falta allá, una pelota colgada acullá. Todo hasta unos últimos diez minutos donde los de Nuno se pusieron el traje de equipo pequeño, parapetado a quince metros de su portero, saltando a todo lo que se movía y mirando el reloj después de cada ocasión desperdiciada por el rival. Y no diremos que lo mejor fueron los tres puntos porque no hubo nada mejor. Hará falta bastante más que esto para salir airosos de lo que nos espera la semana que viene.