Dicen que una de las primeras tareas que ha de realizar un entrenador cuando elige un nuevo destino es empaparse del entorno; conocer la historia de la entidad, la idiosincrasia de sus aficionados, identificar a sus héroes y villanos, asimilar las rivalidades -y agravios- con el vecino de al lado, así como comprender las fobias e ilusiones perennes de la grada.

Estudiar el historial deportivo de la entidad también resulta clave para comprender en toda su extensión la identidad de club: los modelos que han llevado al éxito, el patrón de juego, las dinámicas internas, los roles heredados, y en consecuencia la búsqueda de un perfil de jugadores determinado.

El paso del tiempo tiende siempre a idealizar los éxitos. Es el caso de las etapas capitaneadas por Preciado y Luis García en su día, ya que para el imaginario colectivo granota fueron años de ensueño y de un fútbol total y arrollador. Nada más lejos de la realidad. Lo cierto es que la base del éxito de esos conjuntos fue la solidez defensiva. Nadie como José Manuel Esnal ´Mané´ sintetizó la piedra angular sobre la que debe construirse todo equipo que aspira al ascenso en la Segunda División: la conservación del punto que regala la Federación.

Sin duda Muñiz ha tomado buena nota de los referentes del pasado reciente azulgrana, apuntalando una zaga casi infranqueable de la mano de Chema, Postigo y Rober Pier. En los cuatro últimos encuentros el mantenimiento de la portería a cero ha sido el elemento clave para consolidar la fortaleza granota, y de este modo que el Levante vuelva a coger velocidad de crucero en su trayecto hacia la máxima categoría.

El modelo de juego de los de Orriols no es el más brillante para el espectador, pero sí es cristalino, implacable y casi imposible de contrarrestar por parte de sus rivales. Una receta con raíces en el pasado que acerca aún más el regreso a Primera.

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