No importa el momento del día, ni el tipo de medio de comunicación que seleccionemos, ni tan siquiera parece tener relevancia ya la temática a debate. En cualquier momento y en cualquier lugar, allá donde volquemos la mirada vivimos plagados de fariseos y falsos profetas que llenan de contenido vacío nuestras radios, televisiones y prensa escrita.

El ‘todo vale’ se ha instalado bajo la engañosa coartada de la opinión, y bajo ese palio de la vergüenza son muchos los que se han lucrado -a costa del contribuyente en demasiados casos- predicando argumentarios precocinados, alentados por el partidismo, el interés personal y espectáculo a cualquier precio.

A pesar de todo ello, este tipo de especímenes continúan proliferando, soltando bazofia sin rigor alguno. Es el caso de los papagayos que llevan años anunciando el final de la crisis, cacareando brotes verdes, estabilidad y recuperación.

Nuestra sociedad ha sufrido un paulatino proceso de olvido colectivo. Muestra de ello es que los excesos propios de la época del pelotazo parecen no tener autores materiales ni intelectuales. Nadie parece saber nada, y convenientemente, todo ha quedado resuelto al culpabilizar a las élites dominantes en el momento del ‘crash’. Con ello, todos los pecados colectivos han quedado absueltos, cuando no transferidos y proyectados sobre una pequeña minoría de señalados.

Con las arcas públicas raquíticas, el discurso de la prudencia presupuestaria y el agravio comparativo se ha instalado, con sus distintas variantes, por todo el territorio. En nuestra tierra, las grandes obras y eventos han quedado denostados. En este contexto, son las entidades deportivas privadas las que han recogido el testigo. Valencia Basket, Levante y Valencia C.F. tienen en el horizonte, más o menos cercano, ambiciosos proyectos de desarrollo de instalaciones deportivas de última generación.

A pesar del leitmotiv dominante en la actualidad, a los ciudadanos en general, y a los aficionados en particular, les ilusiona la posibilidad de ver un nuevo pabellón propio para el baloncesto de elite de la ciudad, un estadio de cinco estrellas, o una ciudad deportiva de Primera División en plena fachada marítima.

Los nuevos faraones son los dirigentes de estos clubes, que a través de la iniciativa privada, proporcionarán a buen seguro una foto más que codiciada por todas las autoridades públicas de cualquier color. Quizás, tras tantos ríos de tinta cargados de indignación, no hayamos cambiado tanto.

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