Son ya cuatro los partidos en los que el Valencia no es el del principio de Liga. Desde el día del Español, cuando como ayer se anotó una victoria que poco tuvo que ver con el nivel de juego demostrado, este equipo es otro. Ha perdido la frescura y la claridad de ideas que sorprendieron a propios y extraños en su fulgurante irrupción como candidato a todo. Anoche, en un duelo limpio y de poder a poder, lejos del lodazal barriobajero que se encontró en Getafe, no pudo imponerse a un Celta muy vistoso más que en el marcador. Cosechó tres puntos que maquillan la dolorosa derrota del domingo pasado en el patatal de Bordalás pero que no esconden el bache en el juego del equipo.

Al Celta hay que atribuirle el mérito debido. Con un par de retoques, Unzué ha ensamblado un once que juega igual o mejor que en campañas anteriores. Dominó el choque, sobre todo en el segundo tiempo, moviendo la pelota a las mil maravillas y manejando los tiempos como equipo grande. Tiene además arriba a un Iago Aspas sobresaliente. Quienes piden que Rodrigo vaya al Mundial bien harían en detenerse así sea diez minutos a observar al nueve celtiña. Allí donde a Rodrigo se le apagan las luces -y se le siguen apagando una y otra y otra vez-, Aspas consigue mantenerse alerta. Cualquier cosa puede suceder cuando el gallego encara. Casi nunca pasa nada cuando lo hace el de Rio de Janeiro. Un duelo desigual que bien podría comprimir buena parte de lo que ayer vivió Mestalla.

Aunque los problemas vienen de antes, es evidente que las lesiones han mermado las opciones de Marcelino. Sin Guedes, el ataque de los suyos ha regresado a tiempos pretéritos. El bajón de juego de Soler y la falta de carácter de Pereyra se unen para desactivar un arma que en su momento fue letal con el portugués. De igual modo, la aparición de Vezo en el equipo ha contagiado su falta de contundencia al resto de la defensa, que parece bastante peor de lo que en realidad es. El Celta campó a sus anchas en un sinfín de jugadas en las que en condiciones normales no habría siquiera controlado el balón dentro del área. Así las cosas, al equipo lo aguantaron un Kondogbia descomunal, el de las mejores tardes, y el regreso de Zaza, que marcó un golazo antológico y, esta vez sí, tiró de sus compañeros cuando parecían incapaces de achicar el agua.

Los futbolistas, con todo, siguen trabajando con generosidad. En una competición tan larga, era evidente que no se podía mantener el ritmo de las diez primeras jornadas, durante las cuales casi todos cumplieron incluso por encima de su nivel conocido. Así, por mucho que nos empeñemos, Rodrigo no es -y nunca lo será- un goleador,ni Soler un experimentado carrilero -aunque a buen seguro saldrá del bache que atraviesa-. El once, además, no dispone de recambios de garantías más allá del tercer central, que, por desgracia, también está lesionado. La necesidad de reforzar el plantel si se quiere aspirar a ganar la Liga, algo que nadie debería descartar llegados a este punto, es imperativa. Ni Mina ni Nacho Gil son futbolistas que puedan cambiar el signo de un partido, lo mismo que casi todos los suplentes. Los rivales ya le tienen el número cogido a Marcelino y todo será más difícil a partir de ahora. Hay que fichar.