Gran desconocido por estos lares, acaba de vivir México un final de liga inédito, protagonizado por los dos grandes clubes de Monterrey. Buscando dar más emoción a su fútbol, los mexicanos decidieron hace tiempo trascender al sistema clásico europeo de campeonato de todos contra todos a doble vuelta. En lugar de eso, y para evitar que siempre ganen los mismos -o sea, los ricos, como sucede en España-, se juegan dos torneos al año con una liguilla a una vuelta previa más un play-off para el que se clasifican los ocho primeros de la misma. El domingo dirimieron la final del play-off, por vez primera, Rayados y Tigres.

Se paralizó toda la ciudad -Rayados y Tigres tienen una implantación popular muy similar- y se impuso Tigres, el equipo más ‘del pueblo llano’, por dos goles a uno. El primero lo anotó Edu Vargas, exvalencianista. El gol de Rayados lo hizo Dorlan Pabón, también viejo conocido. A ambos, contra mi costumbre, los nombro con el compuesto -me niego a aceptar que ahora a los futbolistas haya que nombrarlos por su nombre y apellido cuando de toda la vida era el nombre (Vicente) o el apellido (Aymar)-, porque su paso por Mestalla fue tan efímero e intrascendente que su mera identificación ya resulta una heroicidad.

El Valencia tiene la suerte tan de cara que ya hasta sus viejas glorias -en este caso no tan glorias, pero sí ya vetustas- son protagonistas. Incapaces de encontrar un hueco en Europa, lo mismo Pabón que Vargas viven una segunda juventud en un fútbol mucho más reposado, como el buen mezcal, y menos exigente que el español. Aquí lo ruin casi no existe, Bordalás sería una quimera y Damián un mero intruso.

No sin cierta malicia, me comentan futboleros regiomontanos de solera que los expatriados encuentran en esta liga, además, una prensa de lo más benigna. Al estilo de esos comentaristas televisivos que hacen de cualquier parada pueril del portero de turno la intervención del siglo -véase la de Neto a Aspas el sábado, convertida por algunos en uno de aquellos paradones a los que Cañizares nos malacostumbró-, el periodismo mexicano idolatra a sus estrellas, a las que adorna con ditirambos inimaginables en cualquier espacio crítico. Los errores ni se mencionan y el central del Levante que le regaló el partido al Bilbao el otro día sería poco menos que un "entregado y ejemplar atleta hispano". Con un poco de suerte, hasta lo investirían con el título de Ingeniero, el no va más en el norte de México.

Lo mismo Rayados que Tigres presumen de tener las aficiones más fieles del país. Y es posible que así sea. Seguramente, además, esos mismos recién llegados que dentro de poco nombrarán a los futbolistas con nombre y dos apellidos, elevarán esa condición a la categoría de mito, como ya han conseguido hacer con la afición del Liverpool, la griega en general o la del Bilbao. A la hora de la verdad, y como sucede con todas las del mundo, las hinchadas de Monterrey animan cuando su equipo gana y se callan cuando su equipo pierde. Lo hacen, eso sí, con bastante más educación que en España.

Los molestos insultos a gritos a árbitros y futbolistas rivales que, por desgracia, tenemos que soportar quienes todavía gustamos de ver fútbol en directo en nuestro país, en México casi no existen. Hay, como mucho, silbidos al colegiado si no se está de acuerdo con alguna decisión. Pero el insulto barriobajero estilo Coliseum no se estila. Quizás llegue un día que entre nosotros también desaparezca, aunque se antoje hoy lejano. No contribuimos, desde luego, quienes hacemos campaña para que a quienes protestan de manera poco ejemplar decisiones arbitrales, como sucedió recientemente con Marcelino, no les impongan sus merecidas sanciones.

Parece mentira que a estas alturas podamos justificar que todo un entrenador del Valencia olvide cuál es su cometido y deje en mal lugar al club que le paga haciendo observaciones a la labor del colegiado y comiéndole la oreja, como un maleducado cualquiera, al cuarto árbitro ¿Para qué, querido Marcelino? ¿Alguna vez sirve de algo? ¿No es mucho más lógico y señor mantener la compostura y demostrar que en Valencia no somos tan zoquetes como tantos otros?

Y para el final dejo lo del nuevo estadio de Rayados. Una construcción espectacular, inaugurada hace apenas tres años, en la que tienen cabida más de 50.000 personas. Una joya arquitectónica construida a un precio más que ajustado que permite ver el fútbol de manera envidiable. La pregunta, obvia, es cómo Pabón y compañía juegan ahí y el Valencia sigue en Mestalla. Cosas veredes.

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