Sangre, pólvora y petróleo. Esta es la ecuación del poder sobre la que se sustentan decenas de regímenes autoritarios, gobernados por sátrapas que sobreviven cómodamente bailando al son de la realpolitik, y de los intereses de la potencia mundial de turno. A través del uso de la fuerza, y la represión sin complejos, no son pocos los dictadores, reyes y jeques, que disfrazados de salvapatrias autoinvestidos practican el saqueo sistemático de los recursos naturales de sus países, ofrendándolos como moneda de cambio, para así, tener carta blanca con la que continuar violando derechos humanos básicos con total impunidad, sometiendo a la población a sus designios, mientras convenga.

Durante más de cuatro décadas, Libia vivió sometida bajo el yugo de Muamar el Gadafi, precursor de una de tantas pseudo-repúblicas socialistas unipersonales tan propias de la segunda mitad del siglo XX. Con el alumbramiento del nuevo milenio, uno de sus hijos, Al-Saadi el Gadafi, decidió con vocación tardía -27 años- dedicarse al fútbol profesional. Sus más que dudosas aptitudes para un nivel competitivo de élite no iban a suponer un freno para uno de los herederos del déspota libio, por lo que comenzó sin ningún tipo de sonrojo a comprar voluntades en varios clubes del Calcio italiano, para poder cumplir su sueño, iniciándose así un periplo que le llevaría a vestir la maglia de Juventus, Perugia, Udinese y Sampdoria.

Estridente prosperidad

Entonces, la venta de plazas de una plantilla de fútbol al mejor postor se entendió como una estridencia caprichosa, mal recibida por los técnicos que tuvieron que soportar semejante imposición, al quebrarse uno de los principios esenciales del deporte; la meritocracia a través del esfuerzo. Ahora, gracias a Tebas, y al patrocinio del gobierno de Arabia Saudí, este tipo de prácticas son el nuevo exponente de la modernidad y la prosperidad que trata de promocionar La Liga, con la connivencia de todos sus componentes. Una puñalada al corazón del fútbol, y en especial, a las jóvenes promesas de las canteras, que han captado a la primera la nueva lógica imperante; con dinero, todo vale.

En poco tiempo, el fútbol se ha mercantilizado hasta extremos que parecían impensables. La entrada de capital fresco -por necesidad, por incompetencia, o por ambición de los directivos de turno- ha llevado a una parte muy importante de los dirigentes de las entidades a mercadear con la historia, sentimiento e identidad construidos por generaciones de aficionados.

‘Valenciano’ de Sarver

El Levante estuvo cerca de ello el día que apareció por Valencia un banquero llamado Robert Sarver y puso precio a la apropiación de más de 100 años de lucha contra la adversidad. Finalmente, como ya es sabido, la Fundación del Levante decidió no vender. A muchos les sorprendió el aparente -y decisivo- cambio de postura de Quico Catalán, y más aún la explicación de su voto negativo. El Presidente afirmó entonces que habían pesado el convencimiento en la capacidad de consolidar un proyecto de futuro valenciano, y los intangibles.

Boateng como ejemplo

El alarmante rumbo deportivo del equipo esta temporada ha situado al levantinismo al borde de la histeria. No es para menos. Con el mayor presupuesto de su historia, se ha configurado una plantilla a todas luces insuficiente para lograr la permanencia. Muestra de ello es la bochornosa falta de rendimiento de apuestas económicas importantes como la de Boateng, y la excesiva dependencia del bloque que consiguió el ascenso, dejando en un segundo plano a la mayoría de incorporaciones del presente curso.

Ni urgencias, ni dudas

Aún queda tiempo para enderezar el rumbo. Mientras el mercado esté abierto, el granota conserva la esperanza, y no da por perdida la batalla de la permanencia. Tan sólo pide a cambio una gestión prudente y eficaz de los recursos, con un nivel deportivo acorde con la exigencia de la categoría, y ante todo, respeto hacia los valores fundacionales de un club con alma propia.

Que las urgencias y las dudas no nos desvíen del buen camino, o muchos de los que siempre han estado se bajarán del barco. Quienes ayudarán al equipo a conseguir el objetivo no estarán en montañas ni en desiertos lejanos, sino viajando a Riazor, o dejándose la voz en el Ciutat. Porque el Levante no es una fábrica de tornillos, no perdamos esa perspectiva.

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