Parece hasta mentira que aquel equipo que nos hizo creer que podía ganar la Liga se haya convertido en esto, en una especie de Éibar o Gerona, resignado a enfrentar al Atlético metiendo once futbolistas detrás del balón y con el intentar no perder como único argumento. Precisamente el día en el que había que dar un paso adelante, Marcelino dio dos atrás, volviendo a cortar las alas de su equipo, renunciando flagrantemente a cualquier espíritu de ataque, pensando tal vez que se puede ser más Simeone que el propio Simeone. El original, sin embargo, nunca es superado por la copia. Menos aún por una tan vulgar, rácana y poco inspirada como la que se vio ayer en Madrid.

El partido fue pésimo. Un lamentable escaparate para la Liga. El Atlético es una mera reminiscencia de lo que fue, reflejada a la perfección en su presunta estrella, Griezmann, reconvertido por la fuerza de los hechos en el simple buen futbolista, sin más, que siempre había sido. La lógica pérdida de fuelle de pesos pesados como Gabi o Juanfran no ha encontrado reemplazo en los colchoneros. El equipo se mueve a trompicones, buscando la sorpresa a balón parado o la chiripa del zapatazo lejano, bien resguardado atrás por un sistema defensivo que, cómo no reconocerlo, no da una sola concesión. Allí donde el Real Madrid otorgó en Mestalla cinco metros, el Atlético no dejó un solo centímetro. Ni una sola vez pudo Mina, el más inspirado hace siete días, girarse sin tener al morlaco pecho con espalda. El hombre se fajó como un titán, pero se fue a la ducha sin un mal disparo que llevarse a la boca. Lo mismo que todos sus compañeros, dolientes náufragos en un mar de piernas y empujones en los que nadie fue capaz de salirse del guion que dictó el técnico rojiblanco.

Marcelino, cada día más desorientado, volvió a renunciar a las bandas. Lo de Maksimovic como interior-extremo empieza a acercarse a la tomadura de pelo, por mucho que el chico lo intente con tanto éxito de cierta crítica como inoperancia a la hora de rebasar al adversario. Por el otro lado, la pareja Gayà-Lato dio muestras de nuevo de sus muchas limitaciones físicas. Sin la velocidad necesaria para poner remedio a su corta estatura y escasa masa muscular, nunca supusieron problema alguno para los rivales y ya llueve sobre mojado. Para colmo, Gayà, al que todavía algunos quieren hacer internacional, volvió, y van muchas veces, a mostrar una pasmosa pasividad en el gol de Correa. Allí donde los defensas rivales muerden, el alicantino se fuma un puro. Una lástima para sus compañeros de línea defensiva, que cuajaron un encuentro casi perfecto, con especial mención para Vezo, al que habrá que clonar para que haga a la vez de Montoya y Gayà, los dos verdaderos lastres de esta temporada.

Habría que haberle preguntado a Marcelino cuál era su plan para ganar el partido. Fuera cual fuese, lo cierto es que sus chicos no dispararon una sola vez entre los tres palos. Oblak bien pudo haber compartido tranquilamente el puro con Gayà. Lo cual no deja de ser una lástima pues el Atlético ni estuvo brillante ni fue mucho mejor. Se limitó a intentarlo un poquito más y a aprovechar que la línea defensiva visitante por momentos se situaba en el punto de penalti propio. Como si fuéramos el Getafe pero sin hacer una sola falta. En eso ha convertido Marcelino a su Valencia.

Y llegados a este punto, supongo que habrá que empezar a dejarse de excusas.

Ni los árbitros ni las lesiones ni la mala suerte ni la cercanía del fin del mundo son responsables de la deriva en la que ha entrado el Valencia, un equipo que llegó a jugar al fútbol como los ángeles y que ahora es incapaz de dar tres pases seguidos con un mínimo sentido. Lesionados los tienen todos los equipos -el Villarreal, sin ir más lejos, lleva toda la temporada sin Bruno, su mejor futbolista con enorme diferencia-. Errores arbitrales se dan por descontados cada inicio de Liga. El fútbol plomizo, previsible, inmasticable como una cabalgada de Maksimovic, fláccido como un centro de Gayà y pusilánime como un disparo de Rodrigo no merecen más enmascaramientos. Los cuarenta puntos de la primera vuelta han ofrecido un inesperado colchón que, sin embargo, se antoja cada vez más fino y escaso. Es hora de poner remedios, no excusas baratas. Y también, si es posible, de poner a los mejores en cada puesto, cada partido. Única receta para no quedar fuera de los cuatro primeros en una temporada en la que, por suerte, la mediocridad está campando a sus anchas en los cuatro puntos cardinales.

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