Hay imágenes icónicas que marcan la historia de la Fórmula 1. El repertorio de esas imágenes sumó un par más el sábado, cuando el Mercedes de Hamilton sufrió un problema por una fuga en el sistema hidráulico. Lewis saltó de su coche y en un vano esfuerzo por llegar a boxes intentó empujar su Mercedes. Esa desesperada lucha ya la hemos visto en otras ocasiones protagonizada también por otros grandes pilotos: Fernando Alonso empujando el McLaren-Honda en Hungría en 2015; Nigel Mansell, el Lotus en Dallas en 1984; o Alain Prost, el McLaren TAG Porsche también en la pista de Hockeheim en 1986. Hamilton añadió una más de esas imágenes al arrodillarse junto a su coche, ya fuera de la pista, lamentándose y enfrentándose a una terrible desventaja ante Vettel de cara a la carrera.
El domingo se anunciaba como un paseo triunfal para Vettel. Con un motor que cada vez rinde mejor, a menos de 50 kilómetros de su ciudad natal en Heppenheim, saliendo desde la pole y con Raikkonen como escudero, solo había una cosa que pudiera poner en riesgo su victoria: él mismo. Y así pasó. La lluvia prevista que no acababa de llegar lo hizo finalmente pero solo en algunos tramos de la pista. Los que menos tenían que perder, entre ellos Alonso, arriesgaron con mal resultado. Vettel se mantuvo con los de seco y en la parte más revirada, en la zona del estadio, perdió el control de su Ferrari, estrelló el coche y dejó en esa curva trece el liderato del Mundial. Los sollozos del tetracampeón en la radio pidiendo disculpas a su equipo también formarán parte de la fonoteca de la historia de la Fórmula 1.
La épica del deporte recordará que la fe ayudó a que Hamilton venciera en Hockenheim a pesar de todo. Pero no habrá que olvidar que la ciencia también tuvo un gran papel: la estrategia de su cambio de ruedas tardío, aunque un tanto caótico, al final de la prueba, sumó a la ventaja que ya tiene su Mercedes, la de rodar con unas gomas más blandas que se calentaban mejor que las de sus rivales en las zonas secas. En siete días, la revancha.
