Si falla un futbolista, la culpa es suya, pero si casi todos están mal...

Incompetentes

Cuando Marcelino salió a decir en rueda de prensa, tras empatar en casa con un triste y decadente Barcelona, que su equipo era más competitivo que el de la temporada pasada, nadie arqueó una ceja. El nivel del debate es el que es. Seguramente ninguno de los allí presentes tenía, como hubiera sido su obligación, en la cabeza los números de entonces y los de ahora. Hace un año el Valencia acumulaba en Liga 18 puntos y una diferencia de goles de +11. En el curso presente sus puntos son 9, la mitad, y la diferencia es -1, Gameiro y Batshuayi mediante. Ha jugado, además, cuatro partidos contra equipos que podríamos llamar grandes, de los cuales no ha ganado ninguno, ni siquiera contra dos conjuntos en una seria crisis de juego e identidad como Barcelona y Manchester. Fue vapuleado por la Juventus y sólo ante el Atlético y en la primera y ya lejana jornada se puede decir que tuvo alguna opción de victoria. Todo es opinable, desde luego, pero de ahí a someterse sin pataleo al trágala del entrenador de turno media un abismo.El éxito caduca

La degradación futbolística del Valencia es, diga lo que diga Marcelino, alarmante y se demuestra no sólo en la tabla clasificatoria sino en algo mucho más grave como es el pésimo estado de forma de la mayoría de sus estrellas. Si falla un futbolista, la culpa es suya. Si casi todos están mal, algo pasa en la caseta. Curiosamente, además, en esa sublime capacidad valenciana para amar desaforadamente hasta el día del divorcio, mientras Marcelino era el responsable del gran rendimiento de Parejo o Rodrigo en tiempos pasados, ahora que ni uno ni otro levantan cabeza la culpa recae en los futbolistas y no en su entrenador, al que lo que consiguió la temporada pasada salva de toda mácula. Hasta el punto de seguir aceptando con una fe tan ciega como desproporcionada que esto no es más que una crisis pasajera que se enderezará porque sí, porque éxitos recientes garantizan éxitos futuros. Lógico, ¿no?Ni pizca de gracia

Y como los males nunca vienen solos, ya ni siquiera nos queda el viejo refugio de la Roja, tomada al asalto por un aspirante a Javier Clemente sin pizca de gracia a pesar de creerse graciosísimo. Había que pellizcarse para sentirse vivo cuando asistíamos a otra ceremonia de papanatismo gacetillero después de marcarle unos cuantos golitos de rebajas a selecciones que pasaban del tema ampliamente, mientras nosotros volvíamos a la condición que nunca superó Luis Enrique con España de reyes mundiales de los amistosos. Igual que en Valencia tragamos con lo del equipo competitivo, en Madrid aplaudían con las orejas viendo entrar por la puerta al megacrack De Gea después de su exhibición en Rusia o se aceptaba con un «ya sabemos cómo es el asturiano» que dejara fuera de la selección a Jordi Alba, el único defensa que no hizo el ridículo en el Mundial. Puesto a ser original y convencido de su genialidad permanente, cada nueva lista de España ha pasado de ser una constatación más o menos matizable de la realidad a convertirse en el guion improvisado a la carrera de un concurso de chistes. Pero risa, muy poca, sobre todo entre quienes sentimos la Roja. Da auténtico pavor pensar dónde podemos terminar si alguien no le pone fin a esto, o si de verdad tenemos que echar mano de Alcácer para que abra la lata de los iraníes de turno en el próximo Mundial.