En esta campaña tan mediocre, con un nivel de juego propio de un aspirante a no descender, hasta la llegada de una pandilla de amiguetes que se han juntado para jugar en el Young Boys planteaba no pocos problemas. A falta de respuestas desde el banquillo, desorientado quién sabe si definitivamente, fue Soler, uno de los más zarandeados por su entrenador, quien puso la calidad para seguir a flote en la Championsy alejar, aunque sea por unos días, la tormenta de las oficinas de Mestalla.

Si esto va a mejorar, cosa que no tiene ninguna pinta de acontecer por mucho que aquí nos empeñemos, va a ser partiendo de muy abajo. La victoria ante los suizos no fue ningún alarde de virtuosismo. A campo abierto y con hierba de la que comen las vacas, el Young Boys demostró un nivel pésimo de fútbol, el justo para sobrevivir sin humillaciones a una competición en la que no debería estar. Rival perfecto para goleadas reconstituyentes vista la rigidez troglodítica de sus centrales, la incapacidad de sus creadores y esos delanteros que disparan al aire como si hubiesen ido al mismo colegio de fútbol que Gameiro. Por desgracia, el Valencia no está para otra cosa que lo que vimos. Tres acciones de Soler, tan bien ejecutadas como lamentablemente defendidas, en las que por fin se consiguió meter la pelotita entre los tres palos. Junto a eso, los sustos de rigor con negritos de amarillo que se plantan solos ante Neto para que todo el mundo pueda observar sus muchas carencias y muy poco más.

Si Marcelino aún cree que su equipo no está en crisis, como si de repente no se acordara de que ya no está en el Zaragoza o el Racing de Santander, quizás el hecho de que tenga que ser un chico de la casa, de esos que de verdad siente la camiseta y va a darlo todo porque sí, quien tenga que sacar las castañas del fuego le dé otra pista de cómo van las cosas. Porque quitando a Soler y, en todo caso, a Mina, que empujó el primero y metió la punta del pie en un centro medido en el segundo, difícil vuelve a ser de nuevo destacar a nadie en el Valencia. Desde luego no a Guedes, al que se exprimió tanto ante el Gerona que ayer parecía más pendiente de no lesionarse que de disputar un encuentro en el que en buena forma podría haber marcado claras diferencias. Por no hablar de Wass, como les pasa a los dos que decidió el que diseñó la plantilla que tenían que ocupar originalmente esa posición, pero que tiene lagunas defensivas que hacen temer lo peor en cuanto la carretera se empine. O de cualquier otro porque todos están perdidos en esa neblina de inoperancia de la que no parecen ser capaces de salir.

La buena noticia fue que por fin nadie metió la pata hasta el fondo en defensa. Hubo errores de marcaje propios de patio de colegio, de esos que un rival con galones difícilmente desaprovecha, pero no el penalti de turno o la entrega a un rival al borde del área. Eso y Soler marcaron la diferencia. Pero que nadie se lleve a engaño: en Getafe habrá que poner bastante más carne en el asador para no volver a casa con el estómago vacío.

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