El autobús de siempre

Cuando Marcelino decía ayer que el Valencia saldría a ganar, hubo quien se lo compró, como si no lo conociéramos a estas alturas de la película. A la hora de la verdad, más de lo mismo y lo de siempre. Su exasperante, ya casi deprimente, conservadurismo llevó de nuevo a su equipo a estrellarse contra las rocas en un partido abúlico y famélico, en el que sólo disparó una vez entre los tres palos. No fue el ridículo lacerante del partido de Mestalla, pero sí un lento desangrarse sin protestar, un ejercicio más de inoperancia sin un ápice de la épica esa que hizo al Valencia grande en otros tiempos. Aquí ya hemos asumido, parece, que esto es lo que hay y por eso, quizás, encumbramos a un entrenador del que en año y medio no se recuerda una sola gesta, un solo puñetazo en la mesa ante esos equipos grandes a los que antes, aunque fuera de vez en cuando, se metía en vereda como mandan los cánones. Ahora toca agachar la cerviz y celebrar la clasificación para la Europa League.

Portería a cero

Salió a ganar de nuevo el Valencia sentando a Soler en el banquillo y poniendo a Coquelinen plan Garrincha. Toda una declaración de intenciones para la cohorte de engañados que le bailan el agua al míster asturiano. Tan obsesionado anda el buen hombre con la portería a cero que se olvidó de un pequeño detalle: aquí había que ganar. Y no a cualquiera: a la Juventus. Pretendió hacerlo mandando a Guedes a luchar contra el pelotón de centuriones turineses y rezando por cazar algún melón a balón parado. A eso se redujo en ataque el Valencia en la noche italiana: cuatro carreras un tanto alocadas del portugués, aún muy alejado de su mejor versión, y un remate de Diakhaby. Fin de la historia.Ellos, contentos

Lo peor del asunto es que probablemente el cuerpo técnico del Valencia esté más que satisfecho con lo que vio. Y no solo de boquilla. En su idea de fútbol, unívoca y sin una sola arista, cada partido parece analizarse como si los otros no existieran y así, haber contenido con cierto decoro en su estadio a un aspirante a ganar la Champions, puede llegar a considerarse una hazaña. Pero hay que volver a insistir porque aquí muchos parecen haberlo olvidado: el Valencia CF no es el Zaragoza ni el Racing de Santander, oigan. Lo mínimo exigible es morir con las botas puestas y pelear como tigres en el intento. Allí, en cambio, nadie se salió del guión, nadie levantó la voz o la cabeza para decir aquí estoy yo y se dijo adiós a la Champions como el que ficha cada mañana al entrar al talego. Ni un lamento, ni un mínimo arrebato a la desesperada. Lo importante era que el autobús, bien aparcadito delante de Neto, saliera de allí sin muchos desperfectos.

Maldito destino

Y como el destino es casi siempre puñetero, tuvo que despedirse el Valencia CF de la Europa que cuenta con los dos delanteros por los que apostó Marcelino en el campo. El espectáculo estuvo a la altura. Difícil saber si provoca más lástima un entrenador incapaz de saltarse una sola coma de su guión de perfecto cobardica o dos supuestos killers del área haciendo el ridículo más absoluto cada vez que les llega una pelota. La foto de la previa del partido, con Zaza animando a sus excompañeros, nos habla bien a las claras de quién fue el único responsable de su injustificable traspaso. Al pecado suele acompañar su penitencia.

Conformismo

Y que nadie se confunda. Exigir al Valencia CF pasar de grupo ante rivales como los que le cayeron en suerte resulta descabellado. No se trata de eso. Se trata de respetar un poco la historia y caer con honor, de dejar al menos en el paladar del valencianista un poso de ese orgullo por sus futbolistas que ya no tienen ni los más irreductibles. Aquí se gana al Rayo y ya parece que somos unos fenómenos. Nada más lejos de la realidad. Uno a uno, los objetivos de la temporada se irán precipitando por el desagüe de un conformismo que no tiene pies ni cabeza. Al tiempo.

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