El Valladolid está en ese grupo de cinco o seis equipos, junto a Rayo, Huesca, Leganés y algún otro, cuyas limitaciones son infinitas. En el hiperinflacionado mercado de futbolistas, apenas les ha alcanzado para hacerse con medianías en puestos clave. Tener que ver a los chicos de Sergio intentar trenzar una jugada de ataque producía hasta dolor. Quizás por ello, su entrenador se limitó a intentar no perder, un planteamiento cobardica y ramplón que poco o nada tiene que ver con lo que fue su presidente, al que imaginamos sufriendo lo indecible cada vez que se tiene que sentar en el palco. Fueron los castellanos juguete roto, víctima propiciatoria y perfecta para cualquier aspirante a algo. Pero el Valencia no fue capaz de imponerse. Tuvo ocasiones de todos los colores. Por arriba, por abajo, entrando por un lado y por el otro, de penalti y tras penalti. Ayer les dio a los chicos por correr y presionar y hasta pareció que había algo. Pero este proyecto está tan acabado que ni en un partido así consiguen derrotar en Mestalla a otro simple candidato a no descender.

El entrenador del Valencia no tiene defensa alguna, básicamente porque si no es cesado por tener al equipo en esa posición lamentable en la tabla, debería haberlo sido hace mucho ya por su caprichosa y fracasada política de fichajes. En las empresas serias, a los altos ejecutivos se les da un margen para revertir los malos resultados pero no un cheque en blanco para llevar el negocio a la quiebra. Y este Valencia va directo a la quiebra. En el momento en el que el club permitió que Marcelino vendiera al delantero favorito de la afición y la estadística para traer a quienes a él, su representante y su pandilla les parecían más adecuados y rentables, su crédito se agotó. Luego ha sido todo prolongar la crónica de un fracaso anunciado. La incapacidad de esos cuatro delanteros para justificar lo que el club se gasta en ellos ha sido tan patética como la imagen de Zaza yéndose aquel último día de Paterna con cara de no entender. En la vida, los errores se pagan. En las empresas, alguien tiene que pagar por ellos.

La única justificación que le queda a Alemany para no dejar caer la guillotina es, además, tan espuria como atentatoria a la historia del Valencia como club. Lo de que Marcelino protagonizó una campaña extraordinaria el año pasado define la ambición del propio Alemany, que considera un simple cuarto puesto en Liga como algo «extraordinario», cuando cualquier aficionadillo al fútbol sabe que ese es el lugar que debería ocupar y ha ocupado el club en una temporada normal de su historia. Ahí están las estadísticas. Lo extraordinario, director general, en Valencia es ganar la Liga o llegar a la final de Champions, no ser cuarto en Liga y no ganar un solo partido ante rivales de campanillas. La absurda asunción por todos de ese discurso conformista de un ejecutivo que no parece todavía haber entendido al valencianismo tiene buena parte de culpa de que todavía algunos sigan esperando la reacción del equipo de la mano de Marcelino ¡en pleno mes de enero!

No hay además manera de demostrar que un club del nivel y presupuesto del Valencia se haya recuperado de manera digna sin cambiar de entrenador después de una primera vuelta tan calamitosa. Y no la hay porque no hay precedentes. Ni en el Valencia ni en ningún otro club importante se ha permitido a un entrenador seguir en el cargo jornada tras jornada hasta alcanzar el mes de enero con estos resultados, este juego y esta tomadura de pelo discursiva. Ninguna afición habría aguantado tanto. Sólo la connivencia de quien tiene que mandar a Singapur la solicitud, esto es el director general, con un entrenador al que dio más atribuciones de las que merecía puede explicar sus reticencias. Pero esas reticencias hunden cada semana que pasa más y más al equipo, haciendo ya casi imposible para el que venga, que tendrá que venir, revertir la situación.

Alguien quizás debería decirle al máximo accionista que si el director general no quiere cesar al entrenador, quizás lo que debería hacer es meterlos a los dos en el mismo paquete. Ambos, en definitiva, son responsables de esta vergonzosa conmemoración del centenario del club, que a este paso y si seguimos esperando otra jornada a que las cosas se enderecen solas, puede acabar con un más que amargo disgusto. Sólo hay que recordar a los buenistas que, como ejemplo bien cercano, el año que descendió el Villarreal, el desperdicio de ocasiones de los groguets ante la meta rival fue del nivel de lo que ayer vimos en Mestalla. Y se terminaron por hundir.