Poco podrá objetar un Celta pusilánime y asustado a esta derrota que lo manda a galeras por un tiempo largo. En el Valencia hubo de todo. A ratos el equipo se marchaba rumbo a quién sabe dónde, reaparecía con algún latigazo al contragolpe y se impuso definitivamente en el último tramo. El gol de Ferrán hundió a los locales, frágiles en defensa y mentalidad, que se vieron zarandeados hasta recibir una merecida puntilla de botas de Rodrigo. Lo merecía.

Pintaba mal

Hasta que Ferrán se sacó de la chistera un gol de ratón de área, la cosa pintaba muy mal. El primer acto se saldó con un intercambio de golpes más o menos inocuo que desequilibró un habitual: Piccini. Su piccinada, en saque de banda esta vez, terminó en paradón de Neto primero y gol del Celta en el saque de esquina subsiguiente. Lo de este chico italiano no conoce límites. Ya cuesta imaginar en qué faceta del juego puede meter la pata de peor manera. Flaco como está el perro, a los visitantes se les hundió el tenderete. El equipo deambuló grogui todo el segundo tiempo, que se bailó al ritmo, bastante cansino por cierto, que marcaba este Celta sombra del que ha sido los últimos años. Mina parecía jugar a cámara lenta porque no siempre va a enfrentarse a equipos de Segunda. Coquelin, desfondado de manera bastante incomprensible, dejó solo a Parejo en tareas de contención y todo el mundo llegaba tarde. Un quiero y no puedo que aventuraba un nuevo, el enésimo, naufragio.

A lomos de Rodrigo

Pero como el fútbol tiene estas cosas, una acción mal defendida terminó con el gol del empate y, malitos como andan también los gallegos, el campo se inclinó y de qué manera hacia el otro lado. El capitán de la remontada: Rodrigo. Desplazado a la izquierda, dejó retratados de un tirón a Mallo, marrullero, lento y acabado para este negocio, y Cheryshev, otro de esos fichajes absurdos y desesperantes del verano pasado. Se cansó de ponerle vértigo y electricidad al juego percutiendo una y otra vez por su banda para acabar encontrando el gol, en demostración de que casi nada sucede por casualidad.

Echa el freno

No es, dista de serlo, una victoria de prestigio o ese punto de inflexión que algunos llevan narrando desde el mes de septiembre. Lo acontecido anoche se debería enmarcar más bien en haber sabido aprovechar la crisis, tan o más grave que la propia, de un rival desquiciado para poder seguir caminando en el alambre. El Valencia volvió a jugar con fuego ante el enésimo candidato a no descender de este tramo particularmente benigno del calendario. Salió ileso y algunos dirán que reforzado. Pero su juego continúa siendo demasiado lento, previsible y anquilosado como para apuntar a reacción de verdad. Una construcción demasiado frágil todavía para aguantar embestidas de rivales que vayan más allá de engañagradas consumados como Méndez (¿selección?), Sisto o Boufal.