Casi recién acabada la resaca (deportiva) del pase del Valencia CF a la final de la Copa del Rey, que ya se esperaba tras once años de pacientes desengaños y que nos llevará, de nuevo, a Sevilla, para recordar la victoria contra el Atlético de Madrid y, sobre todo, el inicio de un ciclo que, desde 1999 a 2004, permitió a los valencianistas estar en la cresta de la ola.

Pero, desde 2008 contra el Getafe, no saboreábamos lo que es una final, así que disfrutemos hasta mayo y más allá (espero). Sin embargo, aparte de esa alegría, me ha llamado la atención, esta semana, lo que ha acaecido en otra copa, ésta la de Francia.

Ya en los cuartos de final de la misma, se enfrentaban el Rennes de primera con el Orléans, un equipo de mitad de la tabla de segunda. Y, con cero a cero en el marcador, ya finalizando la primera parte, el árbitro pitó penalti, por caída del delantero del Rennes, Clément Grenier.

Éste, en el suelo del área, se sorprende al oír que el trencilla (¡qué bonitas palabras que ya se nos están olvidando!) señala el punto fatídico. Pero el Sr. Grenier no quiere pasar por uno más de esos estafadores del deporte y se dirige al juez de la contienda para reclamar, no una tarjeta amarilla al malevo defensor, sino para dar una lección de deportividad y manifestar que ni VAR ni nada: él se cayó sólo llevado por su impulso físico.

Por lo tanto, ni penalti, ni nada. Esto, en la competición más amada de los franceses, en unos cuartos que llevan casi a la gloria de la final, no es cuestión baladí. Por ello, titulo que todo no está perdido y que el fair play, esa cosa que solo nos suena ya como algo incumplido por los clubes que la UEFA o la Liga castigan, no es solo un tema financiero sino que aún mantiene su primera acepción, que no es otra que el juego limpio.

Grenier jugó limpio y demostró, aún en categorías profesionales y en una competición donde se juegan dineros, glorias y posibles competiciones europeas, aún queda sitio para el romanticismo. Además de esa noticia, leía estos mismos días, en la revista Time estadounidense, que existe ahora lo que se denomina «el arte del optimismo», en el que, a pesar de los tiempos que parecen más que revueltos, estamos en el mejor momento histórico de la humanidad.

No me voy a poner filosófico y lo que el futbolista francés hizo no es sino un pequeño síntoma de la bondad que debe imperar en el deporte y en la vida, pero sí que son detalles que, no solo no podemos olvidar sino que también hemos de realzar, como hago hoy, con el fin de que se sigan como ejemplo vivencial.

Y, ahora que hemos visto que la UEFA ha castigado igual a Kondogbia que a Ramos, por «deliberadamente» buscar una tarjeta amarilla que limpiara su casillero de problemas, nos debemos preguntar si los hechos son los mismos. Kondogbia jura y perjura que no buscó nada, y en cambio el madridista sí reconoció públicamente en televisión su intención de buscar esa tarjeta.

No entro a juzgar si la regla de la UEFA es correcta o no, pero es la que es; ahora bien, no se puede sancionar de igual forma a quien reconoce la falta que a quien la niega cuando, justamente, la existencia de la pena está basada en el dolus, la voluntariedad de cometer la infracción.

Por ello, el gesto de Grenier es aún más ejemplificador y remarcable, ya que impide no solo el error del árbitro, sino que demuestra que no quiso, deliberadamente, caer al suelo y que si lo hizo fue por su impulso físico pero que tampoco quiso engañar a nadie.

En un mundo en el que, cada vez más, se denota egoísmo y convencimiento de tener razón, por encima de todo, estos actos nos devuelven un poco de alegría y nos permite proclamar que, en efecto, no todo está perdido.

Como tampoco lo puede estar el mundo, si tras leer mi recomendación de hoy, 'Trilogía de la noche', de Elie Wiesel, aún existe esperanza, cuando el perdón alcanza a quienes perpetraron el Holocausto y lo da quien lo sufrió en sus carnes.

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