De nada le sirvió al Valencia CF su más que notable partido en el feudo atlético. El fútbol es seguramente el único deporte en el que el resultado no siempre -pero casi siempre- va asociado al rendimiento global de los contendientes. Aquí un error individual, uno solo, puede tener consecuencias irremediables. Vuelve el equipo de Madrid con la cabeza muy alta después de un ejercicio de resistencia intachable, de momentos de buen juego, de esfuerzo sin fisura, de demostración de poderío y empaque de equipo fuerte, pero de otra actuación sospechosa de su lateral izquierdo que provocó un boquete que al final nadie pudo tapar.

Primer regalito

Empezó el Valencia igual que el otro día en Sevilla, a ver cómo se ponía el sol por Antequera. Y se encontró con Morata en lugar de Jesé. No siendo Morata tan bueno como algunos nos cuentan, le alcanza desde luego para meter pierna y remachar un centro mortal de necesidad. En la acción, retratado Gayà, que se fuma otro de sus proverbiales habanos mientras Juanfran pone mantel y todos los cubiertos en la mesa para el banquete que se da su compañero tomando ventaja a Garay. Si algún imberbe que esté empezando en esto quiere progresar en el fútbol sin llamarse Gayà, que tome nota de cómo no defender pésimamente el centro de un delantero rival. Lamentablemente, no es la primera vez, ni la segunda, ni la tercera, ni€

Buena reacción

Lejos de venirse abajo, el equipo se rehizo. Intentó el Atlético responder con las armas que suele lucir el Valencia, encastillándose delante de Oblak para acabar con la paciencia del enemigo. Pero se encontró con un rival entonado, que se mostró casi siempre imprevisible, dirigido de forma admirable por un Parejo espectacular. Sus botas reinaron en el centro del campo sin oposición creíble, distribuyendo con esa claridad tan suya. Se encontró, además, a falta de Rodrigo, con un Gameiro en estado de gracia. Al francés se le vio rápido, eléctrico y con ganas de reivindicarse. Incluso Mina tuvo momentos de impropia lucidez, como en la acción del gol, que borda frente al ya declinante Godín. A tal punto llegó la reacción que apenas había el Cholo ordenado la retirada que tanto le gusta cuando ya se vio obligado a cambiar el plan porque el Valencia había equilibrado el choque.

Segundo regalito

En igualdad de condiciones, cualquier cosa parecía posible, pero algo apuntaba a que la noche era para la dupla Parejo-Gameiro. Hasta que llegó el segundo regalito de Gayà, que mostró la capacidad de salto de una roca de tres toneladas en oposición a un Griezmann que nunca pensó, precisamente, en dedicarse al baloncesto. El francés no había ganado un salto de cabeza ni en su formato videojuego. Hasta ayer. Un jarro de agua fría de los que duelen -hay que recordar, por cierto, para desmemoriados de toda condición que en la primera vuelta el propio Gayà se olvidó de la marca de Correa evitando así tres puntos que debieron quedarse en Mestalla-. Pero el equipo siguió a lo suyo, incluso ya con Sobrino sobre el campo. Se triangulaba con rapidez, se ponía pierna, se encimaba al rival. Coquelin esta vez acompañó mucho mejor. El segundo empate no fue ni mucho menos fruto de una acción aislada. El Valencia lo merecía, estaba desactivando con coraje el sello de la casa del Atlético.

Mazazo final

Lo de Correa fue un golazo. Es cierto que recibe demasiado suelto, pero desde esa distancia y con Diakhaby por delante, el disparo que soltó fue descomunal. Cruel, pero tanto como lo fue para el Betis que Guedes la clavara dos veces hace cuatro días cuando quienes hacían el esfuerzo y ponían las ocasiones eran ellos. Más allá de los puntos perdidos y de que a estas alturas los errores cometidos en el pasado pesan ya demasiado, la imagen ofrecida fue impecable. Se puede jugar de tú a tú contra cualquier rival siempre que la predisposición sea la correcta. Y tal vez esa obsesión con salir a verlas venir habrá que cambiarla por un tanto más de altivez. Porque son bastante mejores de lo que a veces les dejan demostrar.