Harto curiosa la campañita de histerismo adolescente que ha acompañado la, finalmente frustrada, posible salida de Mateu Alemany del Valencia CF. Curiosa porque de la reacción de algunos poco menos parecía que el Valencia ha empezado a ser alguien en la historia del fútbol con la llegada del mallorquín. Y no. Por bien que haya que reconocerle méritos incuestionables, entre otros el de mantener a Marcelino y salvar una temporada, la pasada, que parecía destinada al absoluto fracaso, no son pocas tampoco las lagunas que empañan su curriculum valenciano. Sin ir más lejos la desastrosa política de fichajes del pasado verano, razón primera de los muchos problemas por los que atravesó el equipo a lo largo del año.

Alemany ha traído, en efecto, un método apacible, ha conseguido -o así lo parecía hasta esta crisis- contener a la fiera que esconde Peter Lim y, dentro de las dificultades que entraña tener que ceñirse a unas condiciones presupuestarias que ni de lejos se asemejan a las del Atlético de Madrid, hasta hace poco por detrás del Valencia en términos de dinero, ha sido capaz de crear un entorno competitivo. Su gestión aparece jalonada de fichajes que se han convertido en acierto, como, fundamentalmente, el de Kondogbia. Muy buena parece también la negociación que ha acabado con Maxi en Valencia y Mina en Vigo. Y nadie puede discutir que el Valencia se haya asentado en esa zona en la que, cuanto menos, se lucha por entrar en Champions. Pero, ¿es todo ello suficiente para que pensemos que el mundo se acaba si el director general deja su puesto? ¿Es Alemany un lince sin posible reemplazo?

Yo opino que no. Es más, casi me atrevería a decir que su política de fichajes recoge más estropicios que aciertos. Si exceptuamos a Kondogbia, la columna vertebral sobre la que ha pivotado el éxito del equipo -Garay, Parejo, Rodrigo- es anterior a la llegada de Alemany. Suyos son fichajes con un resultado tan catastrófico como Vietto, Batshuayi o Sobrino, que no alcanzan lo que tuvimos que aguantar con Aderllan, pero no le van muy a la zaga. La gente parece olvidar que el mejor valorado de cuantos llegaron en el verano de 2018 fue el danés Wass, un futbolista que venía como fondo de armario pero que acabó siendo fundamental porque el resto de recién llegados tuvieron bastantes más sombras que luces. El mérito de no cesar a Marcelino, por otro lado, puede matizarse si entramos en detalles y analizamos los resultados y el juego del equipo, que terminó en el cuarto lugar de la Liga más por deméritos de los rivales, en un final de temporada en el que parecía que nadie quería meterse en Champions, que por una verdadera reacción de carácter y buen fútbol. Que por otro lado quizás también habría llegado de haberse producido un cambio de entrenador.

Poca defensa tienen, por lo demás, algunas de las decisiones que, de la mano de Marcelino, se están tomando en estas últimas semanas. Las que han agotado, a mi juicio de manera justificada, la paciencia de la propiedad. No fichar a Otamendi por esa peculiar interpretación de los equilibrios del vestuario -la que llevó al despido de Zaza con las consecuencias que todos sabemos- me parece, para empezar, una auténtica temeridad. Hablamos de un futbolista conocido y querido en el vestuario y en la ciudad, un ídolo para la afición que, una vez más -y así pasó también con Zaza- es la última de la fila a la hora de montar el espectáculo en esa peculiar visión de Mateu y Marcelino. Si hace falta equilibrar, ello se hace a partir de Otamendi, cuya valía parece estar bastantes cuerpos por delante a la de cualquier central de la actual plantilla. Otro tanto se puede decir del coreano Kangin, que tiene todo por demostrar todavía, pero que ha enseñado cuanto menos argumentos suficientes para tener una oportunidad ¿O acaso la última temporada de Ferrán lo sitúa por delante del coreano en términos futbolísticos? ¿Es a fecha de hoy mejor Jason que Kangin? Una cosa es apostar y traer a elementos contrastados para luchar por estar aún más arriba y otra muy distinta plegarse a los caprichos de un entrenador que, como el director general, ha tenido más errores que aciertos en sus elecciones y sigue viviendo, en lo esencial, de lo que ya tenía el Valencia en su plantilla cuando llegó.

No era este, en definitiva, un buen momento para que el capitán del navío abandonase el barco. Pero de ahí a pensar que aquí el malo es Lim y el bueno Alemany, hay un trecho que algunos desde luego no vamos a recorrer. Personalmente, creo haber dejado claro que no voy a acompañar a Tito Bau y Alemany a su visita semanal al cine para ver la comedia romántica más empalagosa de la cartelera. Prefiero esperar para ver qué lateral izquierdo traen para meterle presión a Gayà y a saber si de verdad Rodrigo, pieza fundamental de esta plantilla, va a seguir un año más en nómina.