Hace cosa de un año, después de algunas decisiones cuanto menos cuestionables, como el despido de Zaza, que tomó Marcelino García, reseñé en estas páginas -por ahí aparece la fotografía del texto de entonces, titulado, por una vez proféticamente, 'La soberbia y el largo plazo'- lo que sobre el entrenador asturiano me contó un destacado dirigente de un club que lo había cesado no hacía mucho. El resumen era muy gráfico: buen entrenador en el corto plazo, que se viene arriba si los resultados acompañan y que termina por olvidarse de la cadena de mando, convencido de que quien tiene que mandar en el club es él. Esa fue, grosso modo, la causa de su despido del club en cuestión y lo que ha dado también con sus huesos en la calle en esta etapa en el Valencia CF. De su despido, en definitiva, el máximo culpable es él mismo por no haber comprendido, con esa soberbia que destiló desde que empezó a ver que la gente en Valencia le reía casi todas las gracias, que el club no gira en torno a él sino que es una empresa en la que los empleados deben encajar en el modelo que marca el propietario. Porque, le guste o no a Marcelino o al aficionado, el que se juega el dinero en este negocio es el propietario. Y no el entrenador.

Y así, cuando a Marcelino le dicen que tiene poco sentido empecinarse en engañagradas acreditados como Denis o Rafinha, que lo único que en España han hecho hasta la fecha es jugar un partido bueno y cinco malos, teniendo en la plantilla a chicos como Ferrán o Kang In que ocupan las mismas posiciones en el campo, lo que habría hecho una persona leal con la empresa que le paga es aceptarlo e intentar hacer de la necesidad virtud y utilizar los mimbres que le proporcionan. Y que sea Kang In el que le dé o le quite la razón sobre el césped, después de diez partidos de fracasar o triunfar. En lugar de eso, con un desparpajo propio del que se cree más listo que nadie, no tuvo ningún reparo en ventilar en público las discrepancias que ya en privado le había significado a su patrón -Lim, un self made man y millonario asiático, flipaba al ver a un simple asalariado de un remoto país hablarle de tú a tú y darle lecciones de fútbol como si éste se hubiera inventado en Asturias-. Y el patrón, que por algo lo es, acabó hasta las narices. Y lo mandó al mismo lugar al que ya lo había enviado Fernando Roig Y si me preguntan a mí, yo habría hecho exactamente lo mismo. Porque desde que el mundo es mundo, en las empresas manda el propietario. Y cuando han intentado mandar los trabajadores, la cosa ha acabado como en Cuba o Corea del Norte.

Lo que en ningún caso habría hecho yo, y supongo que casi nadie con dos dedos de frente y cinco minutos de barro en los tacos de las botas de fútbol, es hacerlo de la manera que se ha hecho o buscando la alternativa que se ha encontrado. Marcelino se ha portado como un gallito en corral ajeno desde que ganó la copa del rey, de la que se sigue creyendo el gran arquitecto. Entonces no se atrevió Lim a dar el paso. Pero el verano ha sido largo y plagado de desencuentros y ese sí era el momento de finiquitar este proyecto y dar paso a un aire fresco que, de nuevo, personalmente creo que era necesario. Esperar a este momento demuestra, una vez más, que el Valencia está en manos de auténticos iletrados futbolísticos, que juegan a invertir en este negocio con la misma pericia que quien se lanza a mover su dinero en la bolsa de valores sin tener ningún tipo de formación ni experiencia previa. El resultado suele ser catastrófico.

Apostar por Celades. Primero porque si por algo se le conoce en este mundo del fútbol es por su carácter frío y apocado, en las antípodas de lo que necesita ahora una plantilla repleta de colmillos retorcidos y alterada por ver cesado a un entrenador que les daba seguridad y los protegía de cualquier peligro (¡no aceptó el fichaje de Otamendi para no "desestabilizar" a Garay y GarayPaulista También porque, como tantos otros candidatos de Lim que han fracasado con estrépito, su clamorosa falta de experiencia le hace sospechoso ya antes de empezar. Sus primeros gestos son los de un tipo que llega a una fiesta en la que todos se conocen y a la que no ha sido invitado. Y no tiene más remedio que quedarse solo, en una esquina, aguantando una copa de la que no se atreve ni a beber mientras los demás, los futbolistas, van descaradamente a la suya. Finalmente, Celades es alguien que deja fría a la afición, que seguramente habría acogido, puestos a escoger a gente sin experiencia, con bastante más agrado a alguna vieja gloria del club, a Baraja o Albelda por ejemplo, en lugar de a un paracaidista sin ningún carisma al que solo se ha visto luciendo la camiseta del Barcelona o el Madrid o haciendo un papel más que discreto con los chavales de la Roja. Cuesta imaginar de qué clase de enemigos se rodea el propietario del Valencia para acabar con esta política de personal.